1-abril-2020.

Y pensar que me enteré de la existencia del virus por un meme…

Soy colombiana, nací en El Valle, vivo en España. Tengo 31 años y por primera vez (al igual que todos) me enfrento a una cuarentena, a un estado de emergencia y a una pandemia. En octubre, me vine a Sevilla para estudiar el máster de Escritura Creativa en la universidad que lleva el mismo nombre de la ciudad. Por un año, se suponía, pero no contaba con que me iba a enamorar de este lugar y mucho menos con que algo así iba a ocurrir.

A finales de enero supe que el COVID-19 había llegado a España. Escuché cómo había que cuidarse. Pero no me preocupé más que por el habitual dengue en Colombia, el Chikunguña o el Zika en su momento. Además, en aquel entonces, ni siquiera había casos en Sevilla. Sin embargo, cuando los hubo, pensé: “Bueno, a lavarse las manos, a no tocarse la cara, ni agarrar nada en la calle”. Parecía simple. Sin embargo, el 5 de marzo detectaron el caso de una alumna de la misma facultad a la que yo iba y aislaron, fuera de ella, a otras quince personas con las que había estado en contacto; incluidos profesores. Y después, hubo más. Que un empleado de un banco, que otros estudiantes, que una doctora. El coronavirus, definitivamente, había aterrizado en la ciudad.

Luego, el miércoles siguiente, le cancelaron el semestre a mi compañera de apartamento, que es canadiense. Y me contó que, de 400 estudiantes internacionales que había en su universidad, solo tres (incluida ella) pretendían quedarse. Igual, todos debieron marcharse. Al otro día, la Junta de Andalucía (comunidad autónoma de la que Sevilla es capital) decidió interrumpir las clases de todo tipo, supuestamente por dos semanas, para después revaluar la situación. Cuando lo definieron, estábamos en clase. Salimos y mis compañeros y yo solo nos quedamos mirando unos a otros parados en círculo afuera del claustro. Un mexicano, algunas colombianas y otros españoles. Todos con el mismo vacío en el estómago. Entonces, el viernes 13, a las 2:30 pm, el Presidente de Gobierno declaró el estado de alarma en todo el territorio nacional. Y de repente, “Bueno, a lavarse las manos” se convirtió en algo muy real.

Las filas afuera de los supermercados, las estanterías vacías, la psicosis; como una película apocalíptica. El conductor que vino por mi roommate para llevarla al aeropuerto ni siquiera le ayudó a subir la maleta a la bodega del vehículo. No quería tocarla. El fin de semana anterior me había ido de paseo en Mallorca y ahora estaba en una de las situaciones más surreales de mi vida, sin saber hasta cuándo, si las clases continuarían, si todo esto iba a quedar atrás si mi familia en Colombia estaría bien.

Lo lindo es que, independiente de todas las dudas, aquí estamos en nuestras casas, después de 18 días de cuarentena; haciéndole caso a las autoridades, agradeciendo el techo, la comida y la bendita salud (propia y de los demás), confiando en que todo va a mejorar. Puede que hoy no, ni mañana. Pero, sí quizá en un mes, dos o tres. Entonces, seguramente, retornará la normalidad, mi viaje a España continuará, las salidas con los amigos, los paseos. Y Sevilla dejará de estar atrapada de la ventana de mi casa para afuera. Amén.