septiembre 30, 2019

La humildad nos tiene que llevar al punto de saber aceptar nuestra grandeza

Desde niños nos enseñan en Colombia a mirar las situaciones de la vida, con un punto de vista que no enoje a la deidad de preferencia, que deje bien parada a la familia (o al apellido de la familia), que la ley no intente buscarnos o que no hiera la sensibilidad de algún grupo de personas con alta capacidad monetaria. Nos referimos a que los colombianos que crecimos en estratos bajos (1, 2, 3) fuimos entendiendo la realidad de una manera que nos decía que, ante más humildad, se supondría una mayor recompensa en el futuro. Alguna vez veíamos a Jaime Garzón decir que, en la India, la persona más importante, era la más humilde y que eso hacía que todos quisieran copiar a ese ser humano para llegar a   ese estado.

Pero ¿entendimos bien la referencia o sólo actuamos con base al pre concepto y no al concepto? El pre concepto nos habla de que la humildad parte del ser que reconoce sus debilidades y baja la cabeza ante la vida para tener un entendimiento de todo ligado a la resignación. Lo curioso es que el mismo término de humildad nos habla de una virtud, de reconocer nuestras habilidades sin pena pero sin vanagloriarse, que al final debió ser lo que los líderes en la India dejaron a sus discípulos para que éstos quieran ser los más humildes (porque, igual, el más humilde en esa zona del mundo también es el más sabio, inteligente y conocedor).

Todo esto nos lleva a la posición incómoda de no saber aceptar nuestra “grandeza” y hablamos de la grandeza desde pequeñas a mayores situaciones. Esa persona que se gradúa de la universidad o del colegio con grandes notas, que los profesores se descargan en elogios por su rendimiento, por su capacidad y que no tiene idea de cómo reaccionar para que sus compañeros, o el mundo entero, no lo vean como un “agrandado”.  Ese trabajador que tiene una buena idea, hace un buen movimiento para la compañía, pero tiene que ser “humilde” y no destacar mucho para que esa capacidad no se vea como una amenaza para sus colegas o su jefe. No sabemos manejar nuestra grandeza por “humildad”.

En esta edición de El Clavo, hablamos de las “cerdadas”, término que puede generar repudio o algo de incomodidad, pero también hablamos de la gente que puede ser “cerdamente” buena en algo, más aún si no tiene la capacidad de aceptarlo o de compartirlo para no dejar de ser “humildes”.

La humildad nos tiene que llevar al punto de saber aceptar nuestra grandeza con honor y usar esa arma para mejorar el entorno de todos. Motivarnos a ser mejores, impulsar la calidad, que las palabras de aliento estén llenas de gasolina para el que hace las cosas bien y no de una falsa modestia o un veneno enredado de felicitación porque no se entiende ni se celebra el éxito del otro.

Tenemos que vernos a los ojos, al espejo, y felicitarnos de corazón por la grandeza de afrontar el país, de afrontar los problemas de nuestra familia, de la comunidad y a partir de ahí cultivar esa humildad que está plagada de conocimiento y no de resignación.