agosto 23, 2019

Levantándome de la cama, en la hora prima, me apresuraba a ver a la gente, su indumentaria y su prisa a través del gran ventanal de mi habitación, pero la madrugada era turbia por la densidad de la noche resistente y el frío capitalino que, a fuerza, se veían desplazados por el alba.

Era un día del 95 y yo me entregaba al divertimento que me ofrecía la radio y la televisión de la época. La jornada se arrimaba al meridiano, mientras yo alucinaba mirando a Maná en ‘El show de las estrellas’, sin sospechar lo que se aproximaba; ya que inmediatamente después de aquel espectáculo mexicano, las noticias bullían anunciando la captura de los Rodríguez Orejuela. Es algo que no olvido.

Mucho material, muchas transformaciones tenían lugar, entretanto yo, con un férreo espíritu musical, coordinaba mis pequeños pasos al son de ‘La gota fría’ y aunaba esfuerzos, dándolo todo para fundir mi voz singular y siempre tan palpitante con la de ‘Roxette’, los ‘Prisioneros’, ‘La Guardia’, entre otras grandes bandas que estaban en boga; pues solo así podía caer cansada de tanta marcha, para enfilarme a la doble vida que me ofrecía el anochecer y mi encuentro con el fantástico mundo de los sueños, consiguiendo pernoctar viendo en la tele ‘Cándido Pérez’ y ‘La otra mitad del sol’.

Los 90 se sentían en su mayor esplendor recorriendo el centro de la ciudad; la atmosfera intacta de ‘Bolero Falaz’ y ‘La gente de la Universal’. Admiraba (y aún) la belleza de los rostros que se apreciaban en aquellos años, además de sentir una ansiedad juvenil por Robinson Díaz, Nicolás Montero y por algunos cantantes de rock, alojados celosamente por mis tíos en las cintas de VHS, y asimismo sentía una empatía fenomenal y una franca debilidad por el niño de mi generación, Frigo de ‘Tentaciones’, ¡divino!

Soñaba con ser un ángel como ‘Serafín’ y simultáneamente tener un ‘Vuelo Secreto’ con Edward Furlong, tener poderes como ‘Matilda’, vivir en un ‘Conjunto cerrado’, enviarle ‘Cartas a Harrison’, estar en la misma secundaria de ‘Clase aparte’ y vivir del chiste como en ‘No me lo cambie’, pero evitando caer en vergüenza para no salir en ‘Locos Videos’.

Hice berrinche por el ‘Tamagotchi’, pero la ilusión se esfumo rápidamente. Nunca he correspondido mentalmente con lo que dicta mi edad; con 8 años me hacía mucha gracia ‘Dejémonos de Vainas’, me interesaban programas del corte de ‘Unidad Investigativa’, veía las noticas de la noche, con un parcial interés por el contenido, pues la verdad estaba enamorada de Félix de Bedout, y era muy puntual a la cita con ‘Quac’, gestándose una admiración colosal por el que sería uno de mis iconos predilectos, Jaime Garzón.

Me ha encantado el humor, así que no me perdía ‘Ordóñese de la risa’, más adelante ‘Todo por la plata’ y su ‘machoman’ y a escondidas veía ‘El Siguiente Programa’, pues me fue prohibido por un tío (no era pa’tanto).

Nunca ha sido de mi agrado el género de terror, pues me horrorizaba solo al escuchar la intro de ‘Los Victorinos’. De verdad quería ser tan fuerte como ‘Rambo’, tan poderosa como ‘Sailor Moon’, pero advertía mi fragilidad, sintiéndome una más de los ‘Raggy Dolls’, pero con la simpatía de la ‘Pantera Rosa’ y los bríos de los ‘Animaniacs’.

Soy de la generación naciente del mundo grunge, que tomaba Pony Malta o Malta Leona, que bailaba trance, veía desfilar a Claudia Schiffer, recordaba a Gia Carangi, se vestía como Kurt Cobain y tuvo cuadernos de jordanos con caligrafía de Timoteo.

Yo continué mi rollo, forjando una corta y particular amistad con aquel tío, el cual me llevaba de copiloto en su full moto y allí fue que conocí el mundo, especialmente el vespertino y el nocturno; sinceramente ese asiento era mi lugar feliz, sentía regocijo y libertad, me creía ‘El Renegado’. He de confesar que en esos tiempos éramos la mejor pandilla.

Si alguien afirma y de manera impetuosa, que la mejor década fue los 90, con el permiso de Mónica Agudelo (Q.E.P.D), escritora y creadora de mi serie colombiana favorita ‘Hombres’, yo diré “- 46 conforme”. No siendo más, no leemos en la próxima o, mejor dicho:

“- Hasta la vista, baby”.