septiembre 13, 2019

¿Qué hace que el mundo siga girando?, ¿es acaso el amor?, la respuesta no la sé y menos estando en una realidad que distrae.

Ahora mismo cupido ha entrado en euforia, pues estamos en su mes, tiempo en donde los enamorados celebran su afecto con distintos detalles y con ello, el comercio goza de la explotación de esta fecha con el consumo sin mesura de aquellos que se toman el Día del Amor y la Amistad muy en serio.

Si bien, se presume la celebración del ‘amor y la amistad’, es la amistad la rotunda huérfana en todo este asunto. Pero el asunto va más allá de esta fecha estipulada arbitrariamente.

A lo largo de los años, el concepto de amistad ha adolecido de transformaciones tan variopintas como el mundo mismo, y aunque existe aún la noción de amistad, pareciera que está en vía de extinción, pues ya son pocas las personas que le hacen justicia a lo que realmente tiene la amistad por significado y significante, si es que podemos hablar de significante, pero… cómo no, si esta se hace verbo, entra en contacto con los sentidos e inconforme con ello, trasciende, influyendo de manera contundente en la salud física, entre otras cosas.

Estamos en una época rara, en la que la virtualidad es rampante y salvaje, las redes sociales, los dispositivos móviles y todo lo que concierne a este espectro digital está en su clímax; todo este engranaje y su manera de operar a traspasado los niveles lógicos, gestando conductas extrañas, por lo menos para mí.

Este espectro se regocija de la inmediatez que brinda, con un gancho muy seductor y es, poner en nuestra mano la posibilidad de hacernos visibles para el mundo entero. Ese don de la ubicuidad, sumado a la oportunidad de hacernos “famosos”, ha intensificado la necesidad de encajar en estereotipos más consumibles para conseguir mayor aceptación, lograr más relevancia y entrar en un bucle cada vez más exigente e indómito, socavando identidades y exacerbando atributos como la vanidad, el narcisismo, egocentrismo, la idolatría… la lista es larga.

Ante esto, se hace difícil forjar verdaderos vínculos con seres humanos colmados de artificios, enamorados de sí mismos y absortos en su vitrina virtual, fijados en tácticas para conseguir ‘likes’, ‘seguidores’, con la retórica de una vida exuberante, que se queda coja al solo contrastar el rostro exhibido en estas páginas con la entidad que nos encontramos en el entorno presencial.

Entonces me pregunto ahora, ¿el mundo comenzó a girar alrededor de nosotros mismos?, para algunos esto no tiene ninguna discusión, pero ¿dónde quedó la sencillez y el sentido de comunidad de antaño?, por fortuna aún quedan, o quedamos (si se me permite afirmarlo) personas que le otorgamos valía al bienestar del otro, que nos importa el alma que se encuentra presa en ese cuerpo perfectamente moldeado o bellamente ‘defectuoso’. Es que esa es nuestra verdadera naturaleza, el defecto.

A vos que te mirás al espejo y reprochas cada milímetro de tu cuerpo, que te comparás con “celebridades” (detesto ese apelativo), que perseguís la aprobación del público con vanos indicadores cuantitativos, que posteas la cena en el restaurante de lujo, el viaje a las Bahamas y hasta la corrida de un catre; a vos, si me conocés, habláme, sentí la libertad y si podés, la confianza para poner en mi regazo tus vacíos, narráme todo lo que te pasa por dentro, decíme de qué tiene hambre tu alma, el espíritu descansa al verbalizar lo que le hastía… yo soy buena escuchando, tengo experiencia en penas y el arrebato para encontrar alternativas, y si te resultan insuficientes, buscaremos otras fórmulas, ortodoxas o no.

Todos cargamos una cruz, más grande o más chica, pero a todos nos duele algo y quienes realmente lo hemos pasado mal mucho tiempo, aprendemos a valorar el sufrimiento ajeno; así que ven, repartamos el peso que duerme en nuestros hombros.

Por más relaciones de verdad.

Como decían en mis tiempos, “tomémonos un tinto, seamos amigos”.