24-agosto-2020.

Ya está bastante comprobado que el hombre creó Internet como un fenómeno incapaz de controlar, la web puede con todos nosotros. Claro, es una herramienta de ilimitados usos que brinda, por ejemplo, una comunicación más amena; por otro lado, es como si tuviéramos un arma de doble filo en las manos, y así como nos une y nos mantiene actualizados, el internet otorga la facultad de herir y odiar a quien queramos.

Ni siquiera necesita tener una corporalidad, nos lastima sin tocarnos. Este gran avance tecnológico -que lo fue en un principio- se convirtió en un gran monstruo de furia, discriminación y antipatía, que de la mano con la manipulación y a veces del anonimatoimplanta la pequeña gran semilla impetuosa en nuestra sociedad. ¡Y sí que creció como un árbol, con raíz y cabeza! Desde el 2018, las publicaciones de odio en las redes sociales se duplican con desmesurada frecuencia (Informe Raxen). No es mentira, lo único que veo últimamente en Twitter es odio y desgracia, a  ‘twitteros’ de amiguitos lanzando la cizaña del día al ‘alguien’ del día.

De momento, parece que los anónimos de la pantalla disfrutaran de punzar a otras personas como si dependieran de ello para vivir, el discurso del odio es una estrategia beneficiosa para grupos violentos o personas tozudas para romper lo diferente, incluso en la política. La ola del ciberodio es tan potente en América, que es el verdadero discurso político dominante, desafortunadamente el miedo es un sentimiento enérgico. El mandato racista de Trump en U.S.A, la influencia masiva clasista de Álvaro Uribe, y la homofobia en la candidatura presidencial ganadora de Jaír Bolsonaro en Brasil son unos claros ejemplos. El ciberodio apadrina sus trinos y declaraciones en las RRSS como Twitter y la difusión de sus seguidores aplica y promueve la intolerancia.

La libertad de expresión deja de existir en el momento que se usa para atentar contra la dignidad del individuo o de un colectivo. Pero parece ser que Internet tiene mayor fuerza que los aplicados algoritmos que “rastrean” el odio en redes sociales, pues estos brillan por su ausencia.

Es evidente que las palabras llenas de odio hieren, pero no podemos olvidar que este movimiento repelente es más listo, pues también está en imágenes, videos, canciones, tendencias… todo.

Si no se regula esta situación, continuará el ciberbullying diario, la aceptación de discursos fóbicos y el incremento de crédulos, a veces sin causa aparente. Pero esto no solo lo sufren personajes públicos, ningún usuario está exento. Cabe preguntarse si realmente vale la pena poner a alguien en el foco de estas críticas. ¿A quién le tocará mañana? ¿A tí… o a mí?