Tomada de: El Espectador.

22-julio-2020.

Por: Juan Pablo Ortega.

Finalmente, este 20 de julio, cuando Colombia cumplió 210 años de independencia, Arturo Char fue elegido como nuevo presidente del Congreso. Llega a su cargo en medio de los retos de la virtualidad, durante una crisis sanitaria y económica, y antecedido de un escandaloso pasado de ausentismos y pendientes judiciales.

A la coalición de gobierno no le importó que Arturo Char estuviera directamente involucrado en un proceso de responsabilidad penal en la Corte Suprema de Justicia, por corrupción electoral y fuga de presos. Tampoco que ha tenido 149 excusas médicas para no ir a trabajar y que cuando asistía, no se le escuchaba la voz y poco se le veía ejerciendo su labor (desde 2018 no ha presentado ni un solo proyecto de ley, y en sus 14 años como congresista solo ha sido autor de once). Sumado a eso, hace parte de la gran estructura política de su familia, que cuenta con un emporio económico difícil de esquivar para los conflictos de interés. Y como buen narcisista desmesurado, no atiende entrevista a ningún medio de comunicación.

A pesar de lo anterior, los partidos Cambio Radical, Centro Democrático, Liberal, Conservador y la U, le dieron la espalda al país y con prepotencia demostraron (nuevamente) lo poco que les importa la opinión de los colombianos. Ellos mostraron con creces, que no están allí para ser protagonistas de cambios profundos, ni para devolverle la confianza a las instituciones, ni para ser interlocutores del pueblo, una vez más, se entregaron de lleno al poder económico y a los acuerdos politiqueros, que tanto justifican con falacias y demagogia. 

Pero no todo es malo, esta elección y quizá como presagio independentista, expuso la dañina naturalización de las transacciones políticas que hay en el parlamento; lo fácil que se otorgan las más altas dignidades de la república a quienes no las merecen; la mediocridad y pusilanimidad de las mayorías legislativas (entre ellas Armando Benedetti, Rodrigo Lara y Roy Barreras quienes son puro ruido y vitrina); y la imperiosa necesidad de lograr unos acuerdos políticos entre los sectores independientes al oficialismo, de cara al 2022.

Por otro lado, Iván Marulanda, quien fue postulado para ejercer el cargo en cuestión, demuestra con su presencia en el capitolio que hay personas con las más altas calidades éticas y profesionales para representarnos en el poder. Ojalá se anime a participar como candidato presidencial, su voz, aunque no la merecemos, la necesitamos.

Antes la elección de un presidente del Senado pasaba desapercibida, esta vez, por el contrario, fue el tema nacional, la opinión se volcó a escudriñar sobre la vida de los postulados y los reflectores están puestos en quien hoy ostenta el cargo.

Aunque fue una batalla perdida para el pueblo colombiano, dicha elección puede convertirse en un nuevo florero de Llorente que redunde en una transformación democrática y construya una nueva nación. El cambio es gradual, acumulativo y parsimonioso. Estamos cerca.