13-mayo-2020.
Por: Cristhian Yarce.
El 1 de mayo de cada año se conmemora el Día Internacional del Trabajador. La causa de esta conmemoración es la exigencia que en 1886 hicieron cerca de 400.000 obreros liderados por un grupo de sindicalistas denominado Los Mártires de Chicago, según la cual, se debía reducir de 16 a 8 horas la jornada laboral. Este avance en las relaciones de trabajo, costó la vida de estos sindicalistas. De ahí que todos los años presenciemos grandes manifestaciones de trabajadores de todo el mundo pronunciándose en defensa de sus derechos y reivindicaciones.
Este año por obvias razones, las manifestaciones del 1 de mayo brillaron por su ausencia, pero la lucha por los derechos de los trabajadores no ha cesado, y por el contrario, ante el vertiginoso cambio de las condiciones de la vida humana, los derechos claman por una defensa y una evolución urgentes.
En el mundo son múltiples los casos que lo demuestran: en Ciudad de México, la Secretaría de Trabajo y Fomento al Empleo, reportó que cerca de 16 empresas fueron denunciadas, puesto que durante la pandemia han bajado repentinamente los salarios, retrasaron los pagos, no cotizaron prestaciones sociales y han sometido a sus empleados a horas extras sin remuneración.
En Paraguay, el Sindicato de Periodistas rechazó públicamente la decisión de la firma de televisión Cerro Corá S.A. de despedir cerca de un centenar de trabajadores en medio de la crisis del COVID-19, pues según ellos el canal no suspendió sus trabajos y tampoco sufrió impactos financieros negativos que justificaran estos despidos.
En Bogotá recientemente hemos sido testigos del doloroso episodio de la celadora Edy Fonseca, madre cabeza de familia y abuela, quien fue obligada a laborar 24 horas al día durante un mes, habitando un sótano recientemente fumigado contra las ratas, con un baño sin servicio de agua, durmiendo en un sofá con 2 cobijas, tasando un plato de comida para todo el día, agudizando su diabetes, gestando una infección intestinal, desarrollando insuficiencia renal y cayendo en depresión.
En todos estos casos el común denominador es el coronavirus como argumento que justifica la vulneración de los derechos de los trabajadores. Si algo es claro, es que la pandemia ha visibilizado nuestros problemas sustanciales, entre ellos, la actitud mezquina y feudal de una sociedad profundamente estamental, que proyecta su noción de éxito sobre el infortunio de los jerárquicamente inferiores.
Esto no significa que se desconozcan los efectos nocivos de la pandemia sobre la economía, pues es una realidad que ante las medidas adoptadas por los diferentes gobiernos, muchos pequeños y medianos empresarios deben elegir entre pagar salarios o cerrar sus negocios, viendo afectado su propio mínimo vital. Pero esta situación no puede ser un boleto de autorización para la explotación y el abuso laboral.
La pandemia también ha visibilizado el hecho de que son los trabajadores los generadores de riqueza, y que de su bienestar depende la productividad. Esto no es cuestión de izquierdas ni derechas. Grandes empresas capitalistas como Ford o Google, han sabido que la materialización de sus ideas de negocio se debe al esfuerzo de sus empleados, y por ello no han escatimado en garantizar sus derechos y ofrecer el máximo bienestar posible.
Pero esta situación no es responsabilidad exclusiva de los empresarios; también lo es de los Estados, que deben reiterar a los sectores económicos los límites infranqueables de los derechos laborales, pues la conjura de una crisis de esta magnitud pasa por asegurar y facilitar que cada quien se procure su propio sustento y el de sus familias, en condiciones dignas.
En el actual contexto viral no se puede permitir un retroceso en los derechos de los trabajadores. Por el contrario, se requiere asumir el reto de diseñar nuevas modalidades de empleo, aprovechar los recursos tecnológicos, fortalecer los mecanismos de protección de derechos, garantizar protocolos de bioseguridad, plantear nuevas dinámicas de oferta y demanda, y sobretodo, jamás olvidar los ríos de sangre que ha costado conquistar la dignidad humana como base fundamental de las relaciones laborales.