7-noviembre-2019.

El 6 de noviembre, Iván Duque acudió a la ciudad de Barranquilla para dictar una de las tantas conferencias sobre “economía naranja” que el presidente acostumbra a dar durante sus famosas giras. Para él, tocar este tema hace parte de su rutina, porque aparentemente y sin alguna discusión, es de lo único que le interesa hablar. Mientras el país se hallaba (y aún se halla) aterrorizado por el bombardeo de los 8 niños en Caquetá, el supuesto mandatario pretendía asumir su rol conversando sobre temas trascendentales como el emprendimiento y las nuevas tecnologías, caminando sobre el escenario, subiendo el tono de voz y frunciendo el ceño como un niño berrinchudo que pretende aparentar cierta seriedad en el asunto.

Siempre me ha causado mucha gracia escucharlo hablar, porque cada palabra que sale de su boca carece de una credibilidad que ni él mismo se alcanza a imaginar.

El punto es que al finalizar su evento y luego de tomarse unas cuantas selfies como la celebridad ejecutiva que jura ser, un periodista del diario El Heraldo se acercó a preguntarle qué opinaba acerca de la masacre, a lo que el presidente, en un tono cínico y burlesco le responde: “¿De qué me hablas, viejo?”.

Lo claro es que Duque, como buen alumno adoctrinado, ha aprendido a evadir las preguntas que lo incomodan y que lo ubican entre la espada y la pared; la espada de un partido político que acecha su garganta y la pared de un pueblo que sabe lo que representa y que, por ello, lo repudia. Su postura a la pregunta es otra de las evidencias de una figura política que además de ser inútil, ha optado por omitir todo lo que debería preocuparle. Si Duque no sabe de lo que le están hablando, su respuesta habla por sí sola, pues nos anuncia una vez más el desinterés de un gobierno indolente cuyo rumbo naufraga en un mar de poder, riqueza e incertidumbre; su respuesta es la prueba de un Estado cómplice. Lo más terrorífico es que a pesar de haber aceptado la renuncia de Guillermo Botero, Iván no ha dicho ni una sola palabra ante lo sucedido, ni un comunicado, un mensaje, o tan siquiera un trino. Todo lo contrario: resaltó la labor de las fuerzas militares y aplaudió los “resultados” durante los últimos meses. No hay nada en su respuesta que demuestre algún grado de empatía con las víctimas, a las que el propio Gobierno desprotegió y que, con orgullo, presenta como bajas en combate. Ahora lo entiendo todo: cuando el uribismo clamaba por “proteger a nuestros niños”, se referían a los niños de ellos, no de otros.

Al verse enjaulado por la presión, no sería extraño que salga a hablar sobre cadenas perpetuas para los violadores de niños o sobre cómo los emprendedores se verán beneficiados cuando Colombia sea la sede de un mundial de fútbol, temas que realmente movilizan al pueblo.

Para concluir, puedo afirmar que en mis cortos años de mi vida y en mi distante relación con la política, recordaré a Iván Duque como un presidente nefasto e inepto que se encontró la presidencia y que ahora no sabe qué hacer con ella.