1-agosto-2020.

Está el poder de hacer las cosas y está el poder que abusa del poder. Suena redundante y en ocasiones hasta difícil de diferenciar eso de querer hacer, pero entre ambos hay una gran diferencia llamada supremacía. Supremacía que consigue el poder con actos inhumanos.

“Porque quiero, puedo y no me da miedo”, esa es la respuesta de un niño en medio de la rebeldía cuando se le pregunta el porqué es así o porqué hizo eso. Es una respuesta que resulta grotesca para el receptor, pero no alejada de la realidad, esa frase por más infantil que suene, resume el poder de los ilustres, respetados y honrados Doctores de la política colombiana, articulados con los altos mandos de las fuerzas militares.

Eran los años 2005 y 2006, con ansias esperaba a que fuera viernes en la noche para salir a la cuadra a jugar las “tonguitas” o canicas. Comía y para la calle, empezábamos a escoger, cogíamos cuatro ladrillos y asimilábamos los arcos o canchas. El balón, viejo, sucio y casi desinflado rodaba de lado a lado en medios de gritos y empujones, esos empujones eran simples calenturas de infancia y de partidos; a comparación de la calentura que era el barrio. Tas, tas, tas, cada uno corría para su casa mientras los padres, en ese recorrido de la sala a la puerta principal gritaban a unísono el nombre de cada uno de sus hijos.

Ese tas, tas, era la supuesta cura para contrarrestar la delincuencia e imponer autoridad a través del miedo, la cura como la canción de Franklin Ruiz: “más mala que la enfermedad”. Lo única que había que echarle era plomo; los ingredientes los ponían los más preocupados por la seguridad: los políticos y los altos mando de las fuerzas militares, y la mano de obra, los que no tenían poder, los que veían en el poder de sus jefes una oportunidad para adinerarse, los bandidos. Seamos sinceros, aquí vive mucho mejor económicamente un sicario que un asalariado.

Con ese tipo de alternativas, bajo el poder del entonces Presidente Liberal, con aires de violento —acuérdense de las guerrillas liberales— César Gaviria, se creó el decreto 356 del 11 de febrero de 1994, las cooperativas de vigilancia, convivir, cooperativas que se extendieron al casco urbano, en el periodo de otro liberal: Ernesto Samper.

Años más tarde, en el primer periodo del protagonista de cada viernes, se llevó a cabo en Medellín la operación Orión, dirigida por un bandido que hoy se encuentra retenido en una prisión del principal comprador de aquel producto maligno. Operación que concluyo en la violación de los derechos humanos y en falsos. Terminen ustedes con la otra palabra.

Ya en el 2020, estando en el poder, el hijo adoptivo de ese protagonista de gafas, Iván Duque, ha seguido al pie de la letra, como toda persona juiciosa, educada y agradecida con quien le da el “poder”, la indicación de hacerse el de la oreja mocha, cuando en los principales diarios y en redes sociales se lee el título: “otro líder social asesinado”, otro, así de sencillo, como si no fuera nada, como si los derechos humanos fueran una rifa y todos los que luchan para beneficio de su comunidad, no tuvieran ni si quiera derecho a participar en esta.

Al parecer, no queriendo augurar un asesinato, mañana me encuentre el mismo título, dando muestras, que aquí solo existe un poder, el poder de cohibir al otro de poder lograr sus sueños. El poder del que manda, manda a matar.