agosto 28, 2019

Con perplejidad pero sin extrañarme, he visto las desgarradoras imágenes de la Amazonia ardiendo en llamas ante la mirada sorprendida de millones, tal vez miles de millones, de habitantes del planeta tierra.

Han salido a flote innumerables teorías del voraz incendio, y como ejemplo cito: el calentamiento global, la deforestación del Amazonas, el uso indiscriminado del plástico, urbanizadores inescrupulosos, los illuminati, Bolzonaro, Trump; demás teorías terrestres y extraterrestres.

Lo cierto es que, no cabe la menor duda que el desastre y deterioro del medio ambiente en los últimos 50 años, es exponencial; fruto entre otros de los avances de la civilización que se dieron después de la segunda guerra mundial, que trajo consigo la dependencia del petróleo y sus derivados, el uso de energías nucleares, el plástico, la deforestación, el crecimiento de las ciudades, la basura que producimos, el uso indiscriminado del agua, etc.

Sin embargo, todos estas supuestas causas, tienen un detonador en común: el aumento descomunal de la población y con ello de la necesidad de atender una demanda de más de 7.000.000.000 de habitantes, en comida, electricidad, agua, servicios, ropa, implementos de aseo, medicinas, vías, puertos, aeropuertos, infraestructura educativa, hospitalaria, edificios gubernamentales, muchos más carros, motos, buses, plástico, etc.

Es decir, solo para alimentar la población del mundo entero y mantener nuestro “estilo de vida”, se deben producir millones de toneladas de comida diarias, especialmente cereales, carnes, verduras y frutas. Además, luego procesarlas, empacarlas y distribuirlas, lo que implica, antes que nada la necesidad de millones de hectáreas de tierra para producirla, millones de litros de agua para regarlas o hidratar al ganado, electricidad, pesticidas, herbicidas, combustibles, transporte, vías, supermercados, empaques plásticos, de cartón o aluminio, e innumerables recursos naturales y ambientales.

Es preciso recordar, que para producir el café a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, tuvimos que tomarnos por asalto las tierras altas de las cordilleras; piso climático óptimo para el exquisito café colombiano. Y de la mano de éste, se logró uno de los mayores avances económicos y sociales que tuvo la incipiente República de Colombia. La estructura alrededor de éste, generó toda una industria que ayudó al progreso, al empleo y al desarrollo social.

Entonces, la pregunta que me hago es: ¿de verdad somos demasiados en el planeta, a tal punto de agotar los recursos y secar la vida del planeta? O ¿todos cabemos, pero debemos cambiar el “estilo de vida” a fin de no agotar la vida del mismo y de nuestra vaga existencia?

La verdad no lo sé, pero algo si es cierto, de no crear consciencia en el respeto y cuidado del medio ambiente, los ecosistemas, el aire, el agua, la existencia misma y nuestro pequeñísimo pero trascendental papel en esta novela, vamos a agotar la existencia de la vida misma.

Ahora, y mucho cuidado, no exageremos cual millenial, se trata de una decisión personal e íntima de cada uno de nosotros, y entendamos que la industrialización, el capitalismo, la democracia, la empresa, el desarrollo económico y social , hasta el mismo consumismo, han jugado un papel muy interesante en el cuidado del medio ambiente; empezando que de no ser por ellos, no hubiesen los recursos económicos para investigación científica y desarrollo sostenible, no se hubiesen desarrollado las redes sociales, fundamentales para expandir el mensaje del cuidado del medio ambiente, y no tendríamos la libertad para pensar, opinar y motivar un cambio de paradigma.

¡QUÉ VIVA EL AMAZONAS!