agosto 26, 2019

Parece que la industria cinematográfica de animación atraviesa un momento donde el fundamento principal para la creación de nuevos contenidos gira en torno a la nostalgia y a una constante apología al pasado. Hoy tenemos la oportunidad de ver todo un catálogo de películas siendo adaptadas a nuevos contextos y luciendo con orgullo un potencial tecnológico que, inevitablemente, logra cautivarnos. Durante los últimos cinco años, hemos sido testigos de una gran variedad de remakes que han demostrado, por un lado, el talento de un equipo de trabajo esmerado por transformar las películas animadas en algo real para nuestros ojos. Y por otro, la intención de un estudio que continúa priorizando la adaptación de algunos clásicos que marcaron nuestra infancia y que hacen parte de nuestro repertorio cultural.

Aunque para algunas personas los remakes pueden ser innecesarios, para la industria es una fórmula que siempre funciona, no solo por el hecho de reciclar ideas que ya existen y adaptarlas a nuevas tecnologías, sino porque saben que afuera hay un público que siempre estará dispuesto a contemplar versiones mejoradas de sus películas favoritas. Cuando se anunció que una nueva versión de El Rey León venía en camino, fue inevitable emocionarme, pero al mismo tiempo, me causó mucha curiosidad saber cómo iba a ser posible dar vida a unos personajes que, gracias al formato animado, logran destacarse por sus expresiones faciales y por esa forma tan carismática de transmitir sus emociones.

Se lanzó el primer póster de la película y pudimos ver una aproximación a lo que sería Simba, o bueno, más que Simba, era un león cachorro cuyo aspecto lucía tan real que carecía de todos los atributos del personaje original. Aquí empezaba a cuestionarme la manera en la que Disney lograría transformar ese universo tan mágico y colorido en algo realista, teniendo en cuenta que El Rey León, además de tener unos protagonistas rotundamente memorables, es una película que logra transmitir un conjunto de sensaciones a través de su estética y la jerarquización de sus planos. Luego del póster vinieron los tráilers llenos de un realismo inigualable y de una carga emocional que aludía a nuestra infancia, pero a pesar de ello, no podía dejar de pensar en las distancias tan amplias que guardaban ambas versiones.

¿Entre más realista, mejor?

Luego de ver la película, puedo concluir que esta es, sin duda, una de las adaptaciones en live action más realistas que haya podido ver durante mucho tiempo. Han logrado recrear plano a plano la versión original de una manera tan fascinante que en ocasiones me costaba creer la magnitud de los detalles en cada escena, desde lo sincronizado que eran los movimientos corporales de los animales hasta la forma en la que está narrada. Fue realmente emocionante ver, escuchar y cantar la melodía introductoria después de tantos años, acompañada por un deslumbre visual que terminó estimulando mis sentidos hasta conectarme con mi infancia y trayéndome algunos recuerdos de mi niñez.

Pero en medio de todo su realismo, el punto débil de El Rey León es, paradójicamente, su mismo realismo. No quisiera desmeritar el valor de esta adaptación ni mucho menos negar que la disfruté, pero esta versión es tan verosímil a la realidad que algunas veces la película lucía como un documental. Algunas escenas en las que se supone que los personajes debían transmitir algún tipo de sentimiento, se resumían en animales casi reales abriendo y cerrando la boca para simular una conversación. Es entendible que la película está hecha para nuevas audiencias y que es una oportunidad para demostrar hasta qué punto son capaces de llegar en términos tecnológicos, pero este Rey León, en mi opinión, es la prueba más evidente de que el realismo no siempre es la mejor opción.

Lo anterior se evidencia aún más en los momentos musicales, pues mientras en la versión original la música es utilizada como un conector argumental y como una coyuntura para jugar con la variación de formas o colores, en este remake tenemos a unos animales que caminan por la naturaleza mientras suenan melodías de fondo y pretenden estar cantando. ¿Me emocionaron estas escenas? Sí, pero solo por el hecho de haberlas visto hace años y escucharlas de nuevo.

Para concluir, El Rey León no es una mala película; de hecho, es completamente disfrutable, pero abusa del realismo y le quita la magia a un clásico que brilla por su carisma y su intención de transmitir emociones. A pesar de todo, puedo reiterar que El Rey León, independientemente de sus versiones, es una de las mejores películas de Disney, porque más allá de todo lo que logra comunicar, nos cuenta una historia que se arriesga a abordar temas como la traición, la muerte o la pérdida. Todo ello a través de una forma que logra concientizarnos sobre el valor de la vida y la forma correcta de tomar decisiones.