agosto 29, 2019

Aurora, que debe rondar los 60 años, es una mujer rolliza de pelo y ojos negros; y parlanchina a morir.  Trabaja en una peluquería y, gracias a su voz, en ocasiones la contratan para grabar cuñas radiales.

Charlamos sobre cualquier cosa y por alguna razón la conversación se encamina hacia el tema de la familia. “¿Usted tiene hijos?”, me pregunta.  Le respondo que no, y luego pisa mi respuesta con otra pregunta: “¿Y por qué no?”

Busco la forma de tomar un desvío verbal, y le respondo que quiero despejar un par de variables de la ecuación de mi vida, y que sumarle la de “hijos”, complicaría mis cálculos.  Al final, como suelo responder a esa pregunta; concluyo y le digo “es que no tengo a nadie contra quien tenerlos”, pero que a la larga son solo palabras, pues en cualquier momento la vida, el universo, el cosmos, Dios, lo que sea, nos suelta el suceso que le venga en gana.

Aurora vuelve a hablar y me dice que tener hijos es muy bonito.  Me cuenta que ella nació en el campo y que cuando alguien de su vereda tenía hijos, ella, siendo una niña, agarraba un pollo de su granja para llevárselo de regalo a la nueva madre, con el fin de poder cargar al recién nacido.

Guarda silencio por unos segundos, me mira por el espejo, y me dice: “usted debería darles un nieto a sus papás”.  Le pregunto que si ella tiene nietos. “¡Si claro! Tengo tres.  El primero nació cuando yo tenía 37 años.  Mi hijo tenía 16 y embarazó a una china.  Después conoció a otra mujer y tuvo otro, pero no se hizo cargo de ninguno.  Con la tercera tuvo una niña, pero esa sí le salió fiera y se la dejo a él.”

Guardo silencio por un momento. “¿Si vio?, lo dejé pensando.  Fijo esta noche, cuando se acueste, va a pensar en el tema.

Sonrió para llenar el silencio, hasta que Aurora decide quebrarlo: “Mejor tenerlos que adoptarlos, ¿no? Uno debe querer menos a un hijo adoptado, ¿no cree? Además, que miedo, ¿qué tal que el padre del niño haya sido ratero o vicioso? Fijo por genética el hijo sale igual.  ¡Qué susto eso!

Cuando está a punto de terminar de atenderme, me dice “pero sí, lindo dejar una familia grande en el mundo; ahí le dejo la inquietud”.  Sonrío de nuevo y le doy las gracias al tiempo que me despido.

“Del mismo modo que hay padres adoptivos más legítimos que los verdaderos, hay autores que no se merecen los libros que han escrito.  Es muy difícil merecer ser padre o ser autor.

En cuanto a los hijos, ya he dicho que todos somos en cierto modo adoptados.”

— Dos mujeres en Praga—