agosto 30, 2019

A tientas se abren mis pestañas; aquellas mañanas pesadas.
El mismo rostro en la ventana, paisaje repelente.
A sorbos me bebo mis soledades y me apaño en la música y las voces,
voces que aprecio sin rostros, sin edad, pero que atisbo sus almas palpables.
Verborrea, saturación, vesania…
aun así, soy quien calla y sigue en la escucha.
Las añoranzas predecibles son pronunciadas
y los vacíos de estos entes se desnudan.
Lo corpóreo les resulta inocuo para sus objetivos,
pobres almas presas de la carne deplorable.
Pobre el que ansía dinero renuente o ajeno,
Miserable quien anhela la belleza vedada.
Desgraciado quien tiene al amor como verdugo.
Pesaroso resulta ojear las penas ajenas,
cada mente tiene su propio infierno de inquilino
y este habita plácido en este espectro,
sin modestia, sin pudor, efervescente y extravagante.
¿Y yo?… aquí yace quien conoció el Edén, cautivado y enganchado;
aquel paraíso era finito, imperfecto pero balsámico.
Ahora soy un yonqui, un sabueso de esa plenitud,
ese nirvana que tiene nombre de mujer y que han quitado de escena.