8-septiembre-2020.

Esta pandemia ha sacado lo mejor y lo peor de todos y de todo. El cuidado, el miedo, la familia el desempleo, el home office; pero, sobre todo, nos ha permitido re-conocernos, como especie.

No es casualidad la cantidad de cosas que ha sucedido en el mundo y en nuestras vidas en este lapso. Pareciera que el cosmos se estuviera reinventado; claramente, dándonos una última oportunidad, si sobrevivimos; mas no solo de cuidar el maravilloso planeta que nos fue dado, sino a nuestra esencia.

Los últimos seis meses han sido reveladores. Un virus, que hasta se sospecha que fue creado artificialmente, ha acabado con la vida de más de 870.000 personas, hasta el momento; aparte, de la manera más cruel, quitándoles el aire. La economía colapsó, muchos quebraron. Y el ser humano, en vez de pretender levantarse; como siempre, se hunde más porque esta ha sido la manera de entender que cuando alguien está incómodo, se cierra a los demás.

Lo hemos dado todo por anestesiarnos. Salimos a la calle en el mismo instante en que se volvió una molestia estar en casa, a salvo y con nuestras madres. Olvidamos la salud de los abuelos porque nos escribió un ‘crush‘, ‘un arrocito en bajo’; o cualquiera que nos invitó a salir, a beber, ¡a lo que fuera! Dimos todo por el mísero destello del flash de un celular que nos permite aparecer en la red social de otra persona; para que todos se enteren de lo irresponsables que somos y de que, sonrientes, traicionamos a nuestros padres, poniéndolos en peligro. ¡Admirable!

Y todavía pensamos que merecemos llamarnos “la especie dominante, suprema”; cuando somos tan débiles, que ni siquiera le impedimos la entrada a un virus a nuestra propia casa; sino que, en cambio, lo ayudamos.

No nos oponemos a que mueran de hambre paisanos; sino que, aparte, como políticos, los robamos. Ni aportamos a la sociedad, siendo miembros de la policía y/o del ejército, sino que le ponemos la rodilla en el cuello al pueblo y masacramos a sus líderes, en medio de una asquerosa carnicería sistemática que solo invade más a un país de su propia miseria, a punta de miedo. Nos abstenemos, incluso, en ocasiones, de ejercer correctamente la medicina porque es que la corrupción ya tiene filtros por todo lado, vida propia. Nos ganó. Y firmamos un acta: “Sí, murió por Coronavirus”, cuando estamos ciento por ciento seguros de que no fue así.

Tampoco creamos que somos buenos ciudadanos, atracando, desapareciendo y matando a nuestros compatriotas en la calle; mientras criticamos a los políticos. Y qué tal que, como estos, tras de todo, en lugar de hacer  las veces de gobernantes, nos convertimos en verdugos, destinando los recursos del país a todo menos lo urgente.

Y después nos preguntamos por qué; qué hicimos para merecer un virus, que no es más que el reflejo de lo que somos. Nos hemos pasado meses soñando con que “todo vuelva a la normalidad”, la misma que nos convirtió en la peor peste que ha pisado este planeta; pretendiendo, a la fuerza, que el mundo sea igual. Pues, no, este lleva mucho tiempo siendo caótico, solo que ahora toca la puerta de nuestra casa. Nos ha mostrado que somos los mismos de siempre: Irresponsables, corruptos, avaros. Y la verdad duele, claro… Pero también incomoda.