julio 27, 2019

La infancia, ¡qué años tan hermosos! Un placer vivirla y ahora evocarla. Pero, los tiempos han cambiado y su esencia se ha ido; una víctima más de la tecnología, asesina (unas veces para bien y otras para mal) de costumbres y de la vida como la hemos conocido.

Se perdió el chiste, la magia. Porque la infancia era linda, mucho. ¿Cómo pudo volverse este recuerdo un privilegio del siglo pasado? ¿Cómo es que nuestros hijos jamás conocerán el significado de la palabra rayuela o el sabor ácido de aquellas matas chiquitas de los jardines vecinos? La respuesta: un demonio llamado tecnología, que se ha dado el lujo de evolucionar cuantas veces ha querido y mandar al cuarto de San Alejo a aquella infancia que te raspaba las rodillas por andar en patines de cuatro ruedas.

Quizá sea el inevitable futuro que nos alcanzó y volvió viejos. El mundo tiende cada vez más a la estática y menos a la magia del movimiento, al igual que nuestros cuerpos. ¿Cómo olvidar el golpe del capul en la frente, mientras montábamos bicicleta por la cuadra? ¿O la adrenalina que se sentía al escapar corriendo de un panal de abejas? Definitivamente, lo que hablan sobre ellas en la clase de biología del colegio no es suficiente. La nuestra fue el arenal, el parque, el lote y el columpio; allá, en esa época en que fuimos niños y con la que el destino nos bendijo. Al fin y al cabo, “todo tiempo pasado fue mejor”, ¿no?

La evolución y en pocas palabras, el paso del tiempo, le cambió al mundo una infancia por otra en la que el parque es la sala de televisión; no se tiene vida, sino muchas ficticias; no hay columpios y las manos son los controles. La creatividad de nuestros niños, cada día, es menor y en cambio, sus cuerpos son más obesos. Pero, no hablo de gorditos tiernos de cachetes rosados; sino, de sedentarios enfermos; que, un día, cansados, soltarán el videojuego, se mirarán al espejo algunos pelos y descubrirán que la infancia, la mejor época de la vida, se marchó, ignorada; mientras vivían a través de una pantalla. Y esta vez, no hay más oportunidades. Es game over.

Creo que vale la pena sentir cómo pasan las épocas de la vida porque tenemos una sola. Esta nueva infancia es incompleta. Destella mucho y deja poco. Qué triste que, un día en el futuro, alguien le pregunte a uno de esos infantes tecnológicos por su pasado y él no tenga nada que contar; simplemente, porque creció en esta época, en la que ser niño dejó de ser algo de carne y hueso y terminó víctima de una mala infancia.