21-agosto-2020.

Hace frío, llueve, y las gotas golpean con furia los vidrios de las ventanas.  Antes de sentarse al computador, el escritor se prepara un tinto, bebida que acompaña con una porción de torta de chocolate y una bola de helado de vainilla, una combinación, cree, casi divina. Pareciera que las condiciones están dadas para escribir. ¿Cómo saber si no va a producir el inicio de una obra maestra?

El cursor titila sin descanso. Imagina que lo hace a manera de invitación para que comience a teclear algo.  Le hace caso. Como no sabe sobre qué hacerlo, decide que ese debe ser el tema: su incompetencia para escribir. Aunque suene raro, supone que ese lado oscuro, la capacidad de no-escritura, su escritura lo necesita para poder ser.

El complemento, un concepto de teoría de probabilidades, siempre le ha llamado la atención.  A grandes rasgos consiste en lo siguiente: si A es la probabilidad de que un evento ocurra, la probabilidad de que no ocurra, su complemento, es 1 – A.

Acude a la imaginación a ver qué se le ocurre, pero nada, a veces es como un terreno infértil sin ningún tipo de vida. De pronto, como leyó en el libro: ‘La Loca de la Casa’, puede que esta dispute los espacios que ocupa con la memoria.

Además de eso, cree que a cada situación a la que nos enfrentamos, debemos elegir si vamos a acudir a ella o a nuestro lado racional, y estos dos, lógica y fantasía, se repelen como el agua y el aceite.

El escritor cree que todo en la vida se rige bajo la regla del complemento: alguien no quiere estar con uno, porque quiere estar con otra persona. No obtuvimos un trabajo porque se lo dieron a alguien más, y así para cualquier situación que nos imaginemos, incluida, claro está, la escritura.

Supone que cada bloqueo de página en blanco que experimenta, cuenta en algún lugar con su complemento de escritura, ese otro lado, su negativo, llámelo como quiera estimado lector, que hace que la escritura sea en su totalidad.  Es difícil darse cuenta de él, porque solemos prestarle atención solo a eso que nos afecta directamente.

El escritor cree que lo mejor es no forzar las palabras y dejar que el complemento, el 1-escritura, la no-escritura, actúe sobre él; imagina que en el acto de no escribir, por extraño que parezca, también escribe.

Quizá, piensa, para que la escritura tenga esa totalidad que deseamos, debamos acudir un poco a la locura, a lo irracional, al subconsciente; ese lugar de donde provienen los sueños y las ideas disparatadas. En últimas, pensar como un niño, pues como dice Juan José Millás: “Toda tu vida depende de lo insaciable que sea el niño que llevas por dentro.”