6-abril-2020.

Debo admitir que esta historia está inspirada en Nicolás Maduro, ¡Pero esperen, no me condenen todavía! 

Esta semana rondó la noticia de que (convenientemente) ofrecía a Colombia dos máquinas para analizar resultados del COVID-19. No entendí muy bien cómo evolucionó el hecho, pero más tarde, Maduro acusó a Duque de no recibirlas y con eso probó al mundo que… bueno, no sé exactamente qué probó. 

Pero lo mismo ocurrió con ʿAlāʾ ad-Dīn Muḥammad, pues nadie sabe qué quiso probar cuando provocó la caída de su propio Imperio Corasmio, el cual gobernaba, por malinterpretar las cartas de un viejo conocido que solo quería hacer amigos, Gengis Kan

Lo que decía la carta… y lo que entendió Muhammad

El Imperio Corasmio era algo bastante respetable en su época: era tan vasto que cubría una gran parte o casi todo el territorio de países como lo que hoy conocemos como Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán, Azerbaiyán, Afganistán y algunos otros que probablemente también terminan en ‘tán’. 

Es probable que pienses que nunca en la maldita vida habías escuchado sobre Corasmia y hay una buena razón para ello. Llevo un buen rato buscando una palabra contundente para describir la forma en que desaparecieron, pero no la encuentro, así que espero que la historia misma sea suficiente. 

Era un día cualquiera en 1217 para el Imperio Corasmio, cuando nuestro protagonista recibió una amigable carta que abría una conversación así: 

“Yo soy el señor de las tierras donde sale el sol, mientras tú eres el de las tierras donde cae el sol. Permite que lleguemos a una tregua firme de amistad y paz.”

Lo que Muhammad debió entender en su momento podría ser algo así: “Yo soy un poder creciente y el tuyo se muere, ja ja ja, ¡saludos!”. Puesto así, suena algo provocador, pero no hay prueba alguna de que el mensaje de Gengis tuviera intenciones pasivo-agresivas; de hecho, todo lo contrario. 

Inicialmente, el gobernador Corasmio se mostró particularmente dispuesto a consentir los deseos del guerrero mongol, y envió varios carros llenos de las telas más finas que el Imperio podía producir. Quizá a modo de respuesta, Gengis le regaló una pieza de oro sólido enorme: que vivieran en tiendas al aire libre no significaba que no tuvieran grandes riquezas. 

Y después de estos intercambios inofensivos, la conversación continuó con un mensaje del Kan: 

“Tengo grandes deseos de vivir en paz contigo. Te consideraré como mi propio hijo. Tú sabes que mi país es un nido de hormigas guerreras, una mina de plata, y que no necesito codiciar otros dominios”

Tras asumir que el pacto había sido sellado, Gengis envió a Muhammad una caravana de 450 mercaderes, 100 tropas, 500 camellos, cargas de plata, telas y piedras jade. 

En este punto debo aclarar que Gengis Kan ya había unificado las tribus mongoles de casi todo el norte de Asia. No era alguien al que quisieras enfadar, absolutamente, pero necesitaba expandir sus líneas de comercio.

Decisiones, cada día…

Y como te debes imaginar, algo tuvo que salir mal en esta historia para que no se escuche mucho del Imperio Corasmio.

Inalchuq Qayir-Khan, gobernador de Otrar, amablemente atracó el envío del mongol, matando a todo el mundo y robando los bienes. Aunque solo un hombre sobrevivió gracias a que estaba dándose un duchazo y se alcanzó a esconder detrás de la tina de baño, al mundo no le pareció una acción muy hospitalaria y menos en tiempos donde el comercio era vital.

La explicación de Inalchuq fue, para nada, infantil: pensó que todos eran espías. Pero ninguno de los 549 hombres que asesinaron era mongol, sorpresa, sorpresa. 

Sin embargo, nuestro amigable Gengis Kan decidió darle otra oportunidad al Imperio Corasmio, reclamando un castigo para Inalchuq y enviando tres caravanas adicionales: una musulmán y dos mongoles. 

OBVIAMENTE, Muhammad mutiló y le quemó las barbas de los rostros a los mongoles, devolviéndolos humillados de regreso. A ver, ¿quién no lo haría? 

Es decir: después de esos mensajes tan amenazantes y ofensivos, era lo menos que el gobernador podía hacer. ¿Cierto… cierto? 

Y como la tercera es la vencida, el último registro de las cartas de Gengis Kan al gobernador del Imperio Corasmio fue bastante directa: 

“Prepárate para la guerra. Voy hacia ti con una fuerza que no puedes parar”

Honestamente, el gobernador corasmio pudo pensar que el ejército mongol no era tan poderoso, es una posibilidad cuando le damos el beneficio a la duda. Sin embargo, ESA DUDA fue resuelta brevemente, cuando el ejército de Gengis Kan borró del mapa el Imperio Corasmio

El ejército mongol partió a la guerra en 1219 y para 1222 ya no existía su enemigo. 

La extinción (encontré la palabra, ¡Yay!) del Imperio

Con una capacidad de 100.000 hombres, la mitad del ejército corasmio, Gengis atacó las ciudades protegidas por murallas que le daban ventaja y prepotencia a Muhammad. Los mongoles no habían sido muy buenos para invadir ciudades amuralladas, pero eran un ejército muy inteligente, disciplinado y se adaptaba con una facilidad ejemplar

Todas las ciudades corasmias fueron erradicadas, cada ciudadano asesinado, cada tienda saqueada y, solo para reforzar su punto, los mongoles apilaron pirámides con los 17,000 cráneos y mataron a cada perro y gato del Imperio – todo en 10 días, luego de romper las defensas de las murallas. 

Hubo algunas excepciones, claro, después de todo los mongoles eran todos unos caballeros. Los sitios religiosos no fueron tocados, y quienes se declaraban adeptos se les garantizaba amnistía por no tratarse de una guerra religiosa.

No lo sé, pero quizá esta sea una historia para aprender a no cagarla en estos tiempos donde cada país necesita ayuda del mundo entero

Y así, señoras y señores, fue como un Imperio próspero y con toda la capacidad de alargar sus páginas en la historia, fue extinguido gracias a las decisiones diplomáticas de un gobernador frágil e irritado por lo que podían querer decir un par de cartas.