julio 25, 2019

Durante los años de docencia en la universidad, he logrado analizar y evidenciar que los jóvenes a quienes les he dictado clase, se pueden clasificar en tres grupos, que sin importar la edad o la carrera que estén adelantando, se mantiene inalterable. 

Los primeros, son aquellos que están estudiando porque les tocó. Estos fueron obligados o persuadidos por los padres o por las circunstancias a estudiar, sin tener la más mínima intención de hacerlo, o por lo menos no esa carrera. Se caracterizan por no prestar interés alguno en la materia o en la carrera, sin embargo no desean perder, ya que perciben el reproche familiar o social de sentirse inútiles e inservibles para la sociedad y para su propia existencia.

El segundo grupo, son aquellos que estudian por salir de su situación social o económica. Ven en la profesionalización la salida a las difíciles situaciones sociales, económicas e incluso, a las vicisitudes familiares y personales. Han visto los folletos de las Universidades que prometen carreras exitosas y prósperas. Quieren sacar adelante su carrera a como dé lugar, no hay chances de perder materias ni mucho menos repetir semestres, ya que con mucho esfuerzo están estudiando y perder no es opción. Sin embargo, rápidamente se dan cuenta que la vida, no es lo que el folleto de la Universidad decía, ni lo que en la series de televisión veía. Es duro, hay que estudiar para sobresalir y al final quien sabe si consigan trabajo decente. 

En el tercer y último grupo, se encuentran aquellos que extrañamente, han decido estudiar por qué les nace, ven en ello su vocación, se visualizan y anhelan trabajar y emprender con éxito su carrera. Sin embargo, rápidamente se deprimen y se frustran, al saber que la carrera que escogieron no es ni remotamente parecida a lo que anhelaban. A veces persisten, y después de muchos semestres entienden que la carrera universitaria es difícil, que hay que estudiar con esmero, incluso soportar materias que suelen ser inocuas o poco útiles.

Lo cierto, es que los jóvenes de hoy en día quieren todo ya, en la brevedad de lo inmediato, parecieran no entender que el éxito profesional o el emprendimiento no es fruto de la combustión espontánea. Da Vinci no vivió para ser reconocido como el más grande genio de todos los tiempos. Henry Ford y Thomas Alva Edison trabajaron arduamente hasta el final de sus días, pero al menos conocieron el éxito. Más recientemente, Steve Jobs, Mark Zuckerberg, o los emprendedores de Rappi, trabajan o trabajaron durante décadas, creando, innovando, pensando, pagando cuentas, impuestos, quebraron, se volvieron a levantar, se casaron, se divorciaron, fracasaron y finalmente, después de muchísimo esfuerzo y sacrificio, triunfaron. 

Los tres grupos son igualmente valiosos, por eso siempre les digo a mis estudiantes que sin importar las razones por las que se encuentran conmigo en esa aula de clase, deben dar su mejor esfuerzo por sacar adelante mi materia, el semestre y su carrera. Eso forma el carácter y la templanza del ser humano necesarios para enfrentar la vida de manera alegre, positiva, próspera y exitosa. Luchen sin descanso pero en equilibrio y armonía con ustedes, sus seres queridos, la sociedad y el planeta tierra.

EL TRIUNFO, LA PROSPERIDAD Y EL BIENESTAR SON POSIBLES, ENCUENTRA EL TUYO.