27-noviembre-2019.

Por: Juan Manuel Obregón.

Las protestas que iniciaron el pasado jueves 21 de noviembre y que hasta el día de hoy se extienden a lo largo y ancho del país, fruto del inconformismo con éste gobierno, de las casi 4 décadas de mínimos avances sociales y de una verdadera política redistributiva y de igualdad de oportunidades, han evidenciado las más profundas heridas de nuestra sociedad.

Sin embargo, el discurso y argumento de la protesta, escuchando a un líder estudiantil por una emisora nacional, me dio serios indicios de que muchos no conocen la historia de nuestra “desgracia” y argumentan incluso situaciones que se originaron en gobiernos pasados, o que corresponden al ámbito de gobiernos locales, en muchos casos, ajenos a la esfera del servicio público o del Estado.

Mi padre, desplazado a muy temprana edad por la violencia partidista de los años 50, emigró hacia la ciudad de Cali, en la búsqueda de una seguridad que el campo no brindaba. Con muchísimos esfuerzos y sacrificios, logró terminar su bachillerato mientras trabajaba en el día, en lo que fuera. Al poco tiempo ingresó a la DIAN, sí lo sé, y en las noches estudiaba en la universidad. Cuando comenzaron las luchas sindicales al final de los años 70, se hizo activo de la protesta, tratando de reivindicar los derechos de los trabajadores y de la clase obrera. Fue perseguido, posteriormente lo echaron. Al final la lucha quedó en absolutamente nada, pero con un hijo en camino, yo.

Dice mi papá, que eso fue lo mejor que lo pudo pasar. Tiempo después dictó clases en la Universidad, asesoraba a los contribuyentes de impuestos, y se hizo a una prestigiosa carrera profesional y a un reputado nombre. Escribe libros y artículos para publicaciones académicas prestigiosas, y toma con relativamente calma el siglo XXI. No necesitó de luchas sociales ni de la ayuda del Estado para absolutamente nada. Es más, dice él, que el Estado a veces estorba y entorpece.

Moreleja: la protesta cuando busca reivindicaciones de cualquier tipo, corriente ideológica, creencia, doctrina, derechos, etc, no están llamadas a traer consecuencias positivas y constructivas en aras de una idea de nación y del interés general de todos.

Las protestas que se dejan llevar por el ego, por la voluntad de imponer al otro la idea preconcebida que tenemos del orden natural de las cosas, de ganar, de imperar, de derrotar, no pasan de ser un reflejo de la enfermedad y no brindan las ideas y los proyectos que se deben realizar para lograr las grandes transformaciones.

Además, veo que piden y piden, como si el Estado colombiano fuera barril sin fondo, no hay certeza siquiera de las reales necesidades, de los programas y proyectos con sus estudios de impacto socio económico; y sobre todo, no tenemos absolutamente ni p#&/& idea cómo sentarnos juntos todos, diferentes y divergentes, contrarios y amigos, para por fin trazar nuestro horizonte como nación, como sociedad, como país.

Mi invitación, muy humilde por cierto, levantemos la voz ante la injusticia social y la reivindicación de las luchas sociales, de género, religiosas, etc., pero no desde el ego, sino desde el amor al prójimo, a mi paisano, a mi país, con argumentos sopesados, inteligentes, hábiles y realizables.