20-noviembre-2019.

Está muy claro que lo peor que ha podido sucederle a Latinoamérica ha sido su propio gobierno; empezando por el de Venezuela, evidentemente. Por tal razón y así sea solo en esta columna, sería absurdo que yo me sentara aquí a defenderlo, siendo de una nación –rica- como Colombia, en la que la corrupción se queda con 50 billones de pesos al año (y eso que había escuchado que eran 200, hasta en eso hay filtros).

De verdad, me pregunto ¿cuánto se podría hacer con ese dinero?

Pero, bueno. Otra cosa que también me tiene cansada no es que el pueblo (que está indignado, como yo, que también soy colombiana) le reclame a los gobernantes porque éstos nos consumen día a día; sino que tergiversen las razones que se tienen de fondo para pretender  escudar en ellas ya toda la inmoralidad civil en la que también hemos vivido o bueno, al menos yo desde que tengo memoria.

Ya se volvió que todo el que roba, “jala” carros o es “apartamentero”… pobrecito porque de algo tiene que vivir con este desempleo. Que los 7 tipos que agarran a una muchacha en un callejón y la violan… “son pelados del barrio que no han tenido educación”. Que los que le echan escopolamina a la gente, los que apuñalan por un celular, los fleteros, los sicarios, los que venden droga… Todos quedan absueltos porque es que estamos en una porquería de sociedad.

Y sí, lo estamos.

Claro que la desigualdad, no solo en Colombia, sino en Latinoamérica, es abismal. Sí hay desempleo, nada funciona. Hasta robar comida o mercado para llevar a la casa, pues, porque el hambre es algo muy serio. Pero de ahí a coger un puñal y asesinar a un compatriota por un celular o un computador, o a ver qué lleva en el bolso la señora… A mi taxista de confianza lo mataron por $19.000 este mismo año. Su vida terminó por el producido de un lunes flojo. Yo les digo algo: entre una cosa y la otra hay toda una moral de diferencia. Ahí ya no es la situación social la que actúa, sino la persona.

Porque yo he conocido gente en todo tipo de situación social, pero también sé reconocer a las personas buenas y a las malas (que ni siquiera tiene que ver con el estrato). Y tengo en mi mente muy clara la diferencia entre alguien que, por ejemplo, sale a marchar por sus derechos y porque está hastiado de ver cómo se destruye este lado del continente en manos de los políticos, y alguien que ataca con bombas molotov e intenta incendiar la oficina de una entidad del gobierno con 25 civiles adentro, que podían haber sido la mamá, el hermano, el tío y el abuelo de cualquiera; como pasó con el Icetex en Bogotá. Alguien que destruye la propia estación del MIO de su universidad (en Cali), el alumbrado público navideño, que incendia buses que después va a necesitar o patinetas eléctricas de una empresa privada que ofrece un servicio alterno de movilidad en una ciudad que está colapsada por el tráfico.

Es que se me aguan los ojos de ver a Colombia y a mi región de América tan caótica. De ver que no me puedo poner ni de un lado, ni del otro. Está atrapada. Desconozco a mi país. Hay tantos perjudicados por el sistema, que se mueren o pierden familiares en las puertas de los hospitales por la ineptitud del sistema público de salud o que quieren y no pueden entrar a la universidad. Y por supuesto que también me duelen y más por ser mis compatriotas.

Pero cuando alguien trasciende ese umbral que se tiene en la conciencia y se rebela contra la sociedad por su lamentable situación, afectando a personas inocentes; ahí, para mí, pierde el valor. Cuando ya no saben a quién culpar por lo que sucede, entonces empiezan a señalar a cualquiera: a los estratos altos, a los empresarios, a los que se han levantado desde abajo para asegurar su futuro. Y comienzan: que los ricos son malos, que son culpables de todo. No, el estrato seis también paga y millonadas en impuestos al mismo gobierno incompetente que nos tiene jodidos, a los mismos ministros que se ven charlando y durmiendo en la televisión, durante las sesiones. Es que poquitos se salvan. El mismo problema afecta a todos, eso es lo que hay que entender. O va a tocar, entonces, sacar a todas las empresas privadas de Colombia, a ver cómo queda el país.

Si quieren despreciar a la gente porque tiene plata, pues más vale cuestionar cómo y de qué viven los encorbatados aquellos que llevan años en las curules y parece que no han hecho nada. O a los narcotraficantes, que nos tienen destruida la reputación mundial y cuyo mayor credo es la violencia. Porque no nos olvidemos que ella, junto con la inseguridad, ha sido otra de las mayores desgracias de nuestra historia e incluso, de la actualidad.

Es que esa mentalidad resentida e infundamentada se ha vuelto una peligrosa base de emociones, una cuna de odio que quiere enfrentar a los mismos paisanos para terminar, incluso, peor de lo que ya estábamos. Porque somos nacidos y criados en la misma tierra y a todos nos afecta ver a un país tan increíble vuelto nada. Y con rabias, de verdad, no entiendo cómo se va a solucionar el tema del absurdo que son nuestros gobernantes.

Me disgusta ese pensamiento de que todo el mundo está mal o en contra del pueblo. Esa ceguera de victimismo me indigna. Hace algunos años, un noticiero regional del Valle quebró porque su director no quería pautar publicidad con ninguna “empresa de oligarcas”. Y quejándose de que no hay trabajo, en un país que es el paraíso de la mendicidad. En el que muchísimos locales y extranjeros desprecian empleos por seguir estirando la mano.

Por eso, si me preguntan si soy de izquierda o de derecha, pues voy a decir que de ninguna porque, de hecho, la política ni me gusta.