octubre 11, 2019

La mente es maravillosa, es increíble. Es nuestro más grande recurso. Lástima que muchos no lo sepan o mejor dicho, que, a veces, lo ignoremos para sufrir, para amargarnos la vida, para ser infelices.

Hace casi dos años conocí al Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG). El viaje que he hecho por mi vida, mi cabeza y mis emociones no se compara con ninguna otra experiencia que haya tenido. Entiendo que el destino obra en formas misteriosas, pero estoy segura de que no fue casualidad que me topara con él; con ese desorden mental que cambió mi vida y mi manera de ver el mundo, que me ayudó a sentirme mejor conmigo y que más que nada: me salvó. ¿De quién? De mí misma.

Mi historia está llena psiquiatras, psicólogos y salas de espera. Fui mal diagnosticada a los 17 años por un médico que me recetó una droga que tomé durante ocho, sin jamás notar algo positivo, más allá de intoxicar mi cuerpo con aquel fármaco. Y en cambio, sí me dejó muy claro cuáles eran sus efectos secundarios.

Desarrollé un trastorno alimenticio y lo mantuve durante muchos años, hasta el 3 de julio de 2017. El día en que experimenté, por primera vez, uno de los mal llamados “ataques de pánico”. Una crisis de ansiedad que me abrió el mundo, me lo mostró como era, me enseñó lo que yo estaba haciendo mal y me rescató para convertirme quien soy.

Ese “ataque” fue un grito desesperado de mi inconsciente, del ser que tenía atrapado entre tanto cinismo con el que vivía. Fue un claro pedido de auxilio, al que nunca quise escuchar, hasta aquella noche.

¿Que tuve que trabajar? Claro, ¿enfocarme en mí? ¡Por supuesto! Casi que re-establecer, re-escribir quién era, qué me importaba, mi origen y mi enfoque. Pero que valió la pena una y mil veces porque, para sanarnos, pienso yo, lo más importante es estar en paz con nosotros y con quienes somos.

Que si Dios existía, que si yo era gay, que quiénes eran mis padres. Todo lo replanteé. Sentí la obligación de ponerlo sobre la mesa y evaluar qué pensaba de esto, de aquello, de mí, de lo que había hecho y de lo que no. Y en el centro de todo: la mente, mi vieja amiga. Esa cómplice, maestra, a través de la cual hice todo desde el día cero hasta hoy. Cuando me siento confiada, tranquila y por fin, sana.

Pero, la experiencia no ha sido algo aislado en la vida, sino que ha envuelto cada parte de mí, incluidas la artística y la profesional. Mientras emprendía este gran viaje interior, también producía mi primer libro, que es de poesía. Y a su vez, mientras lo hacía, seguía siendo periodista, entonces, escribía columnas y crónicas. Todo se fue sincronizando porque también aprendía sobre el proceso editorial.

Hablo de que el T.A.G. me salvó porque sí que ha valido la pena llegar hasta acá, ¡cómo no! He investigado bastante en estos casi dos años, he aprendido montones y quiero transmitirlo porque el ser humano es demasiado diverso y hay mucha gente que se interesa, que pasa por situaciones similares y/o conoce a alguien que lo hace. Quiero ayudar a visibilizar estas situaciones que son tan reales, al igual que enviar un mensaje de esperanza a mis hermanos trastornados que piensan que todo terminó, que nada tiene sentido. Porque, de las cosas más importantes que asimilé en este tiempo fue que casi la mitad de la recuperación depende de la actitud, así que ahí es a donde hay que apuntar.

Cualquiera puede experimentar un trastorno emocional. En ocasiones, yo me preguntaba por qué nunca había oído hablar del Trastorno de Ansiedad Generalizada, por qué nadie me había explicado lo inofensivo que era un “ataque de pánico”. Que en realidad, era miedo, por qué tuve que investigarlo todo. ¿Por qué no se puede educar a la gente al respecto?

¿Por qué no es visto como algo normal? Como al que le dio dengue alguna vez, varicela, tuvo una fractura, del cual uno se recupera y regresa más fuerte.

Pero, bueno. Aquí estoy, gracias a Dios. Aquí estoy con mi historia, desde mi profesión, en octubre, el mes en que se celebra el Día Mundial por la Salud Mental. Aspirando a hacer un poquito más por todos los que experimentan, han experimentado o van a experimentar un trastorno que les va a cambiar la vida. Pero, claro, siempre para bien.