octubre 29, 2019

Por: Laura Marcela González.

Mira, estoy intentando tener tu atención,

no puedo recordar la última vez que me miraste a los ojos,

mucho menos la última vez que escuche tu voz,

lo digo para hacerte saber que me estoy consumiendo.

Ando deambulando en la ciudad hacia ninguna parte,

ciertas miradas se cruzan con la mía

mientras pienso en la liquidez de estas relaciones,

que absurda es la vida ahora.

Andas paseando tu belleza desalmada,

las miradas voltean al unísono en tu dirección

mientras navegas en la fantasía que promete la noche,

que trivial se ha vuelto tu razón.

Estás hecho a la medida de tu época,

mensajes de texto, comentarios insulsos, símbolos vacíos,

¿podrías estar más domesticado?

Estoy hecho de piezas desusadas, en frecuencias análogas;

veo mi teléfono acomplejarse en un rincón sin sonar,

¿podré estar tan desolado?

Observo como te mueves frente a la gente,

me fijo en la manera como apartas tu cabello del rostro,

la forma en la que te mojas los labios antes de hablar,

la sensualidad con la que haces que tus piernas se abracen.

¿No ves cómo he perdido el sentido?,

¿no ves que me ha abandonado hasta mi propio juicio?,

¿podrías llamarme y prestarme tu voz para alucinar unas horas?

¿quisieras traer tu presencia y que te enteres que agitas este corazón e inquietas mis manos?

La sonrisa ya no se dibuja en mi cara,

esta aciaga soledad ha hecho sitio en mi habitación,

el crudo silencio rasguña las paredes y me lacera a propósito,

el tiempo son solo tres cuchillos danzando en mi reloj, cortando con violencia la vida que me queda.

Has perturbado mis sueños, te has enseñoreado de mi cerebro,

he olvidado mi personalidad;

la parca me aja con tu ausencia, luzbel se burla de mi inocencia,

he extraviado mi religión.

Ya no abro mi ventana,

el paisaje esta catatónico,

solo divago entre estas líneas

en darte un beso anónimo.