septiembre 24, 2019

Resident Evil ha sido una de las franquicias más importantes durante los últimos 20 años en el campo del entretenimiento interactivo. Arribó por primera vez a la industria de los videojuegos en 1996 y desde entonces se ha convertido en una pieza fundamental dentro de la cultura popular. Lo más interesante de su trayectoria ha sido notar los múltiples replanteamientos de su esencia y las formas en las que ha intentado innovar sus mecánicas de jugabilidad, pero lo cierto es que su séptima entrega, Biohazard, fue un título que puso sobre la mesa las cualidades más acertadas del terror psicológico, un subgénero caracterizado por construir una atmósfera de tensión que predispone al espectador y que va más allá de un simple susto momentáneo.

A diferencia del resto de lanzamientos disponibles en su catálogo, Biohazard fue la fórmula que Resident Evil supo ajustar y reinventar, porque además de concebir al miedo como un integrante más de la historia, acude a viejas estrategias del survival horror y las adapta a nuevos contextos para darnos una experiencia que trasciende lo convencional.

Hace poco volví a jugar a este título y quisiera contarles brevemente los motivos de su éxito.

FUERA DE LA ZONA DE CONFORT

Para iniciares importante aclarar que Resident Evil VII: Biohazard es amable con cualquier tipo de jugador, desde el más novato hasta el más experimentado en el género. No se requiere de un conocimiento previo para explotar todos sus recursos, pues él mismo introduce su contenido a un ritmo que nos familiariza sutilmente con su entorno. En esta ocasión asumimos el papel de Ethan Winters, un tipo que busca a su esposa desaparecida hace tres años en las penumbras de una mansión en Dulvey, Louisiana. Allí, Ethan tendrá que lidiar con una desquiciada familia conocida como los Baker, quienes harán lo imposible para saciar sus sádicos intereses.

Este argumento expone una idea completamente ajena a otros títulos de la saga, pues han decidido replantear su tradicional temática de zombies por algo un poco más cotidiano, pero no menos peligroso. Los desarrolladores decidieron dejar a un lado los elementos sobrenaturales y las grandes locaciones para basarse en un argumento sustentado en la paranoia y la locura, apoyándose en recursos de géneros como el thriller y el slasher. Las primeras horas de este título son una ingeniosa cátedra sobre cómo generar sensaciones de angustia, mientras se vivencia la construcción de un tétrico entorno que pretende trastornar nuestro progreso en lugar de satisfacerlo.

DESDE OTRA PERSPECTIVA

Este título deja atrás la tradicional perspectiva en tercera persona para vivir una historia desde la mirada del protagonista. Recordemos que a mediados de los 90′s, el survival horror introdujo un sistema de jugabilidad que incluía ciertos rasgos influenciados por el cine de terror. El uso de planos agresivos y el manipulado sentido de la cámara aumentaban el agobio y plasmaban más miedo del que realmente había. Además de ello, la tensión solo se producía al momento de enfrentar a un enemigo a través de un ciclo reiterativo entre inicio, clímax y alivio.

En esta ocasión, el uso de la perspectiva en primera persona evita recurrir al cliché de los “jumpscares” para centrarse en la exploración, la supervivencia y la resolución de rompecabezas. Además, se establece que el jugador pase más tiempo evitando al enemigo que enfrentándolo, recurriendo al sigilo como ruta de escape o a la identificación de patrones de movimiento como técnica de avance. Esto se sustenta en una jugabilidad menos basada en la acción y más en la concentración, donde la paciencia se vuelve esencial en situaciones de peligro.

MUSICALIZACIÓN / AMBIENTACIÓN

No hay mucho que debatir, el apartado sonoro a lo largo de la historia es excepcional. La utilización de armonías minimalistas define el grado de tensión que se está percibiendo, exponiendo un gran repertorio de sonidos extradiegéticos que cumplen el rol de advertir al jugador sobre una posible amenaza. Sin embargo, este tipo de “alarma” se torna un recurso sonoro que, además de advertir, contribuye enormemente a elevar la incertidumbre en el jugador.

La ambientación a lo largo del juego es, quizás, el punto más alto de esta entrega. Aquí se logra identificar uno de los pocos guiños a sus raíces, específicamente al primer Resident Evil, donde los hechos se desarrollan en una misma ubicación. Al igual que la mítica mansión Spencer en el 96′, la casa de los Baker respira miedo desde la entrada hacia su interior. Cada escenario es una combinación entre desorden, perturbación y asco; un ambiente claustrofóbico que obliga a explorar cada rincón de las habitaciones en busca de munición, salud o información documentada.

Capcom ha encontrado el camino correcto para su franquicia más significativa, pues a través de este título han revivido el survival horror de manera pura, novedosa y acertada. Puedo afirmar que, debido a la revolucionaria forma de mostrar cómo se puede ser contemporáneo sin olvidar sus orígenes, Resident Evil VII cuenta con todo lo necesario para ser uno de los videojuegos de terror que deben probarse por obligación.