3-diciembre-2019.

Cuando madrugamos, Dios no nos ayuda. Tampoco le pedimos a Dios que gane el Cali o ‘La Mechita’. Incluso cuando nuestros padres nos bendicen, no decimos ‘amén’, sino ‘gracias’, con todos los cojones puestos.

Las clásicas dudas existenciales de los creyentes

La mejor parte viene cuando un grupo de personas escuchan que eres ateo, como si un interruptor en sus cabezas pasara de ‘off’ a ‘on’ de forma instantánea.

Las mil y una preguntas surgen y aquí revisaremos algunas de las que más me gustan, unas divertidas y también incómodas, ¡claro que sí!

La primera debería estar tallada en una placa sobre nuestras camas, para recordarnos que al ser ateos no debemos creer en deidades. “Pero si eres ateo… ¿No crees en ningún dios?”

La respuesta breve es: no. Entiendo que en Latinoamérica existe una creencia católica abrumadora en la mayoría de la población, y que es complicado comprender que alguien no crea en absoluto en Jesús o cualquier otra divinidad cristiana, pero un ateo, por definición, no cree ni en Buddha, ni en Ra, ni en nada parecido.

Luego está la deslegitimación legal de las leyes ateas: “Estás atravesando una etapa; mi dios es muy grande y cuando lo necesites estará ahí para ti”. Una variante de esta segunda premisa aplica cuando por ser ateo, “solo quieres llamar la atención, ser único y detergente”. Pues no, no intento ser diferente porque así como yo hay millones de ateos más en el planeta tierra.

Para este tercer escalón, debo apuntar directamente a los Testigos de Jehová porque son quienes llevan esta situación a su extremo más puro y duro. A veces, dependiendo de cómo se aborde el tema, le respondo a los dos bonachones bien vestidos del otro lado de la puerta que no creo en Dios, que soy ateo. ¿Funciona? Para nada.

Simplemente hay sujetos tan seguros de sus creencias, que desatinan y piensan que todos hacemos parte de ella aunque no la profesemos. Ellos simplemente siguen su discurso y te llenan de panfletos sobre cómo ‘Jesucristo y la abstinencia sexual son los mejores amigos’.

Como último punto, uno que me divierte mucho aunque puede ser peligroso. Provocar sin querer a un creyente hace parte de nuestro día a día, porque nuestro discurso, queramos o no, se orienta a desafiar las concepciones culturales.

Y es que la dinámica tiene un efecto “bola de nieve” difícil de controlar, porque cada respuesta que ofrecemos despierta un poco más de intensidad en la conversación. Y para imaginarnos el final de una discusión de este tipo, te cuento que me han condenado al infierno varias veces, pero algo que nunca olvidaré fue la frase que me dijo una exsuegra:

“Pobrecito… ¿Usted cómo hace para vivir feliz?”

¿Me río, lloro o las dos al mismo tiempo?

¿Somos tan diferentes?

Los ateos no vivimos tristes, ni deprimidos o bajoneados por no tener la ayuda de diosito cada día; sino por las mismas razones que agobian a cualquiera, como beberse una temporada de algo en Netflix y tener ‘depresión postserie’.

Nos levantamos con deseos, metas personales y motivaciones como cualquier creyente, con la ligera diferencia de tener que creer en nosotros mismos, porque ninguna divinidad nos va a alumbrar una rosa anunciando un milagro.

Eventualmente, nos olvidamos de pedirle a alguien que meta la mano por nosotros en asuntos que están fuera de nuestro alcance. Y sí, experimentamos sentimientos de esperanza como cualquier ser humano.

Y antes de cerrar, debo aclarar que no todos somos iguales. Si te has topado con un idiota que agresivamente provoca discusiones religiosas y se burla de otras creencias, ya te digo yo que esos no somos los ateos.

Siempre estoy abierto a debatir, replantear mis propios conceptos e invitar a los demás a que también lo hagan.

Un abrazo, y gracias a Dios que soy ateo.