30-enero-2020.

Viernes en la noche y me encuentro en el lobby de un hotel.

Varias personas revoloteaban alrededor de una barra circular ubicada en la mitad.  Adentro de ella un barman, con un chaleco negro y una camisa blanca de mangas largas, no deja de mezclar tragos, mientras reparte sonrisas y cócteles de muchos colores, en copas y vasos adornados con sombrillitas, gajos de naranja y cerezas relucientes.

Al igual que algunas de las personas presentes, camino de un lugar a otro sin propósito alguno.  Para no desentonar, me acerco a la barra y pido una cerveza, luego me siento en un sofá, y dedico mi espera a perfeccionar el arte de ver pasar gente.

En sus épocas de estudiante, la premio nobel Svetlana Alexiévic, leyó las siguientes palabras de Tolstói que la marcaron de por vida: “No he hecho nada, salgo a la calle y escucho la vida de las personas”.  Tolstói era un maestro en el arte de ver pasar gente, por eso la interacción de sus personajes en muchas de sus escenas de reuniones en ‘Ana Karenina’ y ‘Guerra y Paz’ son tan vívidas y precisas.

Ver pasar gente no es otra cosa que estar atentos a nuestro entorno y absorber todo lo que ocurre a nuestro alrededor, lo que vemos y lo que está oculto a la mirada.

Volvamos al lobby. Muchos estábamos solos, así que mirábamos nuestros celulares con ansiedad. En mi caso, abría aplicaciones, repasaba notificaciones viejas, y las cerraba, sin necesidad alguna, como embelesado con esa descarga de dopamina que genera el querer encontrarse con un “me gusta”. Esa palmadita virtual, en una publicación reciente.

Pero no, no tengo likes ni retweets ni mensajes ni nada. Otros al parecer sí, pues no dejan de sonreírle a sus pantallas.  Apago el aparato y lo meto en el bolsillo, pero al rato me encuentro en las mismas: revisando aplicaciones como si no fuera a haber un mañana, y actualizo el mail a ver si alguien ha escrito. ¿Quién?, no importa el remitente, sino el mensaje que voy a leer, uno que me va a cambiar la vida por completo.
Fantaseo mucho con esa idea: un correo que me va a otorgar riqueza o fama instantánea.
Quizá todos queremos lo mismo, cambiar de vida porque nunca nos basta con la que tenemos. Por eso revisamos con tanta insistencia el celular.

Debería contarles algo de la gente que está sentada en la barra y de los que caminan de un lado a otro, pero por más que me esfuerzo ya no recuerdo ningún detalle: una prenda de vestir, un color, un rasgo físico único.  Todas las personas que componen la escena han adquirido calidad de bultos opacos.

Me pregunto cuántos textos no han sido escritos y de qué nos hemos perdido, desde que el celular irrumpió en nuestras vidas.

Los dejo, acaba de vibrar el mío.