19-marzo-2020.

Cuando por fin nos tomamos en serio las recomendaciones de quedarnos en casa para contener el avance del COVID-19, muchos se quejaron de que la cuarentena acabaría con su estilo de vida. Otros tantos están adoptando la cuarentena por primera vez. Y estamos los demás, diseñadores, desarrolladores de software y freelancers en general, que podríamos parafrasear a Bane: “Tú meramente adoptaste la cuarentena. Yo nací en ella. Fui moldeado por ella”.

Los que ya son pro

Bane estaba acostumbrado a la cuarentena porque vivió bajo tierra desde niño, pero no es el único. Como comentamos en otra columna, el teletrabajo es lo más cercano a la teletransportación y quienes trabajamos bajo esta modalidad somos los menos afectados por la cuarentena. Los contratistas que no tienen un puesto en una oficina, y en general los que trabajan desde la casa, tienen menos razones de peso para salir. Excepto cuando llega el día de llevar la cuenta de cobro, que todavía muchas empresas exigen que sea en físico y no un PDF en un correo electrónico.

Y en cuanto al distanciamiento social, los freelancers y contratistas ya están más que acostumbrados a no salir a rumbear o a comer. No lo hacen porque no les guste, sino porque prefieren no gastar plata ante lo incierto de cuándo entrará el pago del proyecto que ya se entregó. Por eso después de seis meses de no salir, ya ni hace falta salir a la calle. Además las aglomeraciones y la música a alto volumen empiezan a sentirse tan molestos como lo serían para alguien de más de 70 años.

Desigualdad social

Sin embargo, pedir a la gente que se quede en casa desnuda una nueva forma de desigualdad social. Por un lado estamos los privilegiados que podemos trabajar desde la casa y seguir teniendo ingresos sin tener que salir a la calle. Por el otro, están quienes dependen de salir a la calle para ganar su sustento diario o que no tienen una casa propiamente dicha en la cual refugiarse. Lo más tenaz es que quienes hagan parte del segundo grupo ya están en desventaja para hacer parte de una economía cada vez más digital. En ella, lo más valioso es el conocimiento y no tanto el trabajo físico en los centros de producción que heredamos de la revolución industrial del siglo XIX.

Por otro lado, los más necesitados son usualmente quienes más motivación tienen para salir a las calles a protestar contra un gobierno que no ha sabido dar manejo a su malestar. Sin embargo, la prohibición a las aglomeraciones de gente para atajar la expansión del virus es un golpe directo al derecho de la gente a manifestarse. A los estrategas del gobierno les cayó del cielo esta excusa para acallar las protestas sin tener que hacer cambios.

¿Qué significa para nosotros?

Por esa razón tenemos el reto de innovar creando nuevas formas de presión social que no pongan en riesgo a la salud pública, ya que no sería la primera vez que un gobierno incompetente vuelve semi-permanente un recurso temporal como el de la cuarentena (¿se acuerdan del 4 x 1000?).

Por otro lado, esta cuarentena es un llamado de atención a las empresas para que se transformen. En lugar de controlar a la gente por el tiempo que está calentando una silla, pueden transformar las responsabilidades e indicadores de desempeño para que haya más autogestión. Así mismo, lograr que todas esas reuniones inútiles que podrían haber sido un correo electrónico, finalmente con la cuarentena se manejen a través de herramientas colaborativas digitales.

También es una invitación a permitir que más gente trabaje remotamente, al menos tres días a la semana. Eso aliviaría la carga sobre el sistema de transporte en horas pico y sobre el sistema eléctrico, que debe alimentar menos computadores y aires acondicionados en las oficinas.

Así que, más allá de la mascarilla, podemos hacer como Bane: en lugar de adoptar pasajeramente las condiciones de la cuarentena, cambiar profundamente nuestro estilo de vida por uno que implique salir menos, aprovechar mejor los recursos y el tiempo que pasamos en casa.