2-abril-2020.

Martínez se echa jabón líquido en una mano y con la otra abre el grifo. A medida que se restriega las manos, cada pliegue cada recoveco, como si no hubiera un mañana, el agua y el jabón comienzan a hacer espuma.  La primera semana de la cuarentena se ensañó tanto con la tarea que las palmas le quedaban doliendo. Cuando cree haber terminado, se las enjuaga y se seca con una toalla; así termina su nuevo ritual

Desayuna de afán. Apura un café y una tostada con mermelada, porque se levantó tarde para teletrabajar.  En un principio pensó que trabajar desde su casa iba a ser un respiro, una manera de recargar energías, pero siente que ha sido todo lo contrario, que es como un concurso en el que todos los que trabajan desde casa, luchan por obtener el primer puesto en productividad.

Ha disminuido el consumo de noticias para ponerle freno a la angustia y en sus ratos libres lee o cocina.  A veces se distrae mirando las redes sociales, en donde miles de personas aprovechan el momento para grabarse haciendo ejercicio, recetas de cocina, leen poemas, toman fotos de su nuevo espacio de trabajo, bordan, en fin, publican lo que a cada uno se le ocurre.  

Ha visto que muchos internautas están pregonando que es momento de reinventarse, de salir de la zona de confort y tomar el toro pandémico por las riendas. Y sí, él lo ha evaluado, es algo que suena muy bonito, pero no sabe cómo hacerlo. Le gusta su rutina, se siente seguro en ella, en los pequeños rituales que la conforman, incluso ahora que está llena de protocolos.  A veces cree que muchos de los que hablan sobre esos temas se compraron el manual¿Cómo debo actuar ante una pandemia?y está dispuesto a pagar lo que sea para conseguirlo. Al final, agotado, concluye su retahíla de pensamientos con una pregunta: “¿Y qué si no me reinvento?” 

Lo que más lo desestabiliza es la sensación de incertidumbre tan berraca que lo acompaña todos los días, en una época dónde lo único que le brinda una ligera sensación de seguridad es lavarse las manos. A ratos logra bloquear sus pensamientos y se siente “normal”, pero ese es un estado que le dura poco, pues de alguna manera una idea angustiante se cuela en su cabeza y se apodera de ella: ¿Me van a sacar del trabajo?, ¿Qué va a pasar con la economía?, ¿Con qué voy a pagar el arriendo? Un remolino de preguntas que poco a poco lo va desgastando. Recuerda una frase del Ensayo sobre la Lucidez, la novela de Saramago, que leyó hace poco: “Nosotros somos, y no me estoy refiriendo simplemente a la fragilidad de la vida, una pequeña y trémula llama que en todo momento amenaza con apagarse, y tenemos miedo, sobre todo tenemos miedo.” ¿Y qué si siento miedo?, se pregunta Martínez.

Ahora está sentado en el comedor de su apartamento y toma tinto, mientras piensa que todo podría ser mucho peor, que hay personas que en verdad la están pasando mal y que no tienen opción de pasar la cuarentena en casa. “¿Están pensando esas personas en reinventarse?”, se pregunta, y cree que no, que más bien están llenas de miedo.

En sus momentos de lucidez, es decir, cuando no siente necesidad de reinventarse y el miedo está dormido, Martínez piensa que lo único que le queda es no perder la esperanza y tener fe, no en un sentido estrictamente religioso, sino pensar que todo va a pasar.