El escritor colombiano nació el 29 de septiembre de 1951. Al momento de su muerte pasó a ser uno de los escritores rebeldes de la literatura colombiana.

Casi desde el inicio, la vida de Andrés Caicedo estuvo predispuesta a la muerte. Y de algún modo, las vidas de todos lo están, pero la suya un poco más. Surgió de la muerte misma para retornar a ella. Llegó a este mundo un día de septiembre de 1951, siendo el primer y único niño de la familia Caicedo Estela. Supuso la alegría de todos, pues antes que él ya dos niños habían muerto. Es irónico pensarlo. Al tercer intento vivió y años más tarde, al tercer intento, moriría.

Desde niño se supo diferente a los demás. Era miope, tartamudo y melancólico. Como no podía hablar a la par de los otros, ni podía ver como ellos, eligió escribir para entender el mundo y a sí mismo. Fue un lector asiduo desde los 5 años, y pese a que quería jugar fútbol en el patio, junto a los otros niños, prefirió refugiarse en el teatro. El cine llegaría después y con se convertiría en su enfermedad.

Caicedo era como una esponja. Absorbía cada imagen, cada sonido, cada palabra con una devoción y curiosidad infinitas. Y como con todo en su vida, muy pronto se vio a merced de los movimientos culturales de la época y sus excesos. Aprendió a volcarlo todo en el papel.

Entre sus lecturas esenciales los tenía en un lugar especial a E.A. Poe, Malcolm Lowry y Henry James. Entre sus cineastas preferidos estaban Bergman y Hitchcock, solo por mencionar algunos. Ellos lo llevaban a asumir esa verdad que sentía en su interior, que la muerte lo seguía.

Se negaba a envejecer, a dejar que el tiempo lo convirtiera en polvo. Con esa convicción se negó a irse sin dejar algo, una obra, para “llegar bien armado a la hora de la muerte”. Muy a sus dieciséis años ya agitaba la escena cultural en Cali. Se inmiscuyó en los terrenos del cine, el teatro, la novela y el cuento, y todo lo hizo bien, porque además de la necesidad, Caicedo tenía el don de escribir bien.

Hoy es más que un referente para los cinéfilos su revista Ojo al cine, que llegó a ser la más importante en el país. Sus críticas y comentarios en torno a películas, directores y movimientos en la industria del cine dieron cuenta de su agudeza como espectador; inició un cineclub, el más famoso de Cali, que los reunió en su momento a personajes como Luis OspinaCarlos Mayolo y Sandro Romero.

Caicedo dirigió incluso una película, pero la dejó a medias, y debutó allí como actor, de la mano de Mayolo; probó suerte en Estados Unidos, en el mundo del cine, y regresó, convencido de que lo suyo era escribir, para convertirse en leyenda.

A finales de los 70 comenzó a escribir crítica literaria en varias revistas y periódicos del país, al tiempo que trabajaba en sus primeros relatos. De alguna forma, mientras más leía y escribía, mientras más tiempo pasaba, su afán por la muerte lo obsesionaba. Y él le era devoto a ella.

En 1975 tuvo sus primeros dos intentos de suicidio. Tenía 24 años. Sus amigos y su familia convinieron en que lo mejor era brindarle ayuda profesional. En 1976 estuvo en un psiquiátrico, y el tiempo que pasó le permitió reflexionar sobre sus últimos instantes, planearlos con la pulcritud necesaria. Lo último que hizo, después de bailar, fue escribir dos cartas. Una iba dirigida a Patricia Restrepo, su novia. La otra, al crítico español Miguel Marías.

En la primera carta, se reconciliaba con Patricia por una discusión que habían tenido. En la segunda, hablaba sobre cine. Hasta el final fue fiel a sí mismo, y haciendo honor a su creencia de que vivir más de 25 años en este mundo no tenía el mínimo sentido, se quitó la vida un día de marzo de 1977.

Tras su muerte, la obra de Andrés Caicedo comenzó a adquirir relevancia en las letras nacionales. Qué viva la música fue, y sigue siendo, una de las mejores piezas de la literatura colombiana. Y ni hablar de sus cuentos, sus obras de teatro, sus cartas y sus críticas de cine.

De seguir con vida, Caicedo sería homenajeado en ferias del libro, premiado en certámenes, invitado a clubes de lectura y estudiado en universidades. En su muerte lo fue, y lo sigue siendo, pero de estar presente, vería con sus propios ojos todo lo que su legado ha conseguido.

“La cuentística de Andrés, como el resto de su obra, invitará siempre a la relectura, a querer saber más. Siempre vuelvo a Berenice, a Besacalles, a Maternidad. Uno nunca quiere que haya un final, sino un nuevo comienzo”, dice una de sus hermanas, Rosario Caicedo, quien señala que, si bien reconoce en Qué viva la música una de las mejores novelas de su hermano, para ella Noche sin fortuna es mucho más experimental y transgresora. “Andrés hace allí una serie de juegos literarios que son profundamente innovadores para la época, lo que termina en una aproximación a una nueva forma de contar. Y es, además, una forma de destruir la estructura de una sociedad pacata, represiva, que no permite que las personas piensen distinto. En últimas, la obra de Andrés lo que genera son preguntas, y esa es la buena literatura, que perturba, que incomoda, y cuestiona. De ahí que perdure lo que hizo”.

Setenta y un años después de su llegada a este mundo, lo seguimos recordando, lo leemos con la misma emoción de la primera vez. Nuestras pasan a ser sus palabras, nuestras pasan a ser sus preguntas. En Andrés Caicedo nos reconocemos cuando somos jóvenes, y en la adultez nos vemos también a través de la nostalgia que sus personajes evocan, y de repente, en nuestras bibliotecas, en la pared de nuestra sala, en nuestros teléfonos celulares, en nuestras retinas y memorias sentimentales hay por lo menos uno de los libros de Andrés Caicedo, que partió muy pronto de este mundo, pero logró su propósito.

(Andrés Caicedo escribió un buen número relatos, cartas, guiones para cine y obras de teatro. Hoy, sus obras son parte del canon de la literatura colombiana y se abren paso por toda Hispanoamérica. A continuación, un listado de sus obras disponibles: Angelitos Empantanados O Historia para Jovencitos” (1970), ¡Que viva la música! (1977), Noche sin fortuna (1976), Mi Cuerpo es una celda (2008), El libro negro (2008), El cuento de mi vida (2007), Ojo al cine (1999), Destinitos fatales (1984), Correspondencia 1970 – 1973 (2020), Correspondencia 1974 – 1977 (2020), Todos los cuentos (2021), Teatro completo (2022). El grupo Planeta reedita sus libros actualmente).

Infobae