La mayoría de las personas tiene un motor de inspiración, una meta (o varias) que le quitan el sueño, pero, ¿has pensado qué pasaría si no alcanzas ese objetivo? ¿Está mal pensar en eso?

Por: Jonathan David Tangarife Quintero.

No sé ustedes, pero yo suelo ser de esos individuos que, de un momento a otro, se acuesta en la cama y lo único que hace es pensar sobre la vida, sobre mi vida. En medio de esa cavilación, es inevitable que a mi mente lleguen pensamientos sobre mi futuro, el de mi familia, sobre cómo me gustaría estar dentro de diez años; asimismo, es imposible ignorar la otra cara de la moneda: ¿qué pasa si no logro todo lo que quiero conseguir? Algunas personas piensan que está mal divagar en torno a estas ideas, yo discrepo.

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Soy de los que creen que en la vida hay que tener un rumbo, apuntarle a algo, ponerse metas; de lo contrario, este hermoso viaje no tendría ningún sentido: ¿qué chiste tiene despertarse cada día sin la motivación de trabajar por archivar un nuevo logro? Y no hablo solo de divisar cuál será nuestro destino dentro de diez o quince años, también hago referencia a cada día, cada hora, cada minuto. Un día tiene 24 horas, ¿te parece que es poco tiempo para aprender y hacer cosas nuevas? A mí me parece una oportunidad perfecta para ponernos nuevas metas a nosotros mismos y trabajar durante toda la jornada en pro de eso.

Sin embargo, existe algo llamado “frustración”, aquel sentimiento que nos invade cuando las cosas no nos salen como queríamos, como esperábamos. Es importante saber combatir la frustración, no quedarnos en lo negativo, sino aprovecharla como una gran oportunidad para motivarnos más aún. ¿No conseguí lo que me propuse hoy? Trabajaré más duro mañana para lograr más que eso.

También hay que tener en cuenta que no podemos pretender controlar todo lo que sucede a nuestro alrededor; hay aspectos que se nos escapan de las manos y que, en muchos casos, provocan que no logremos nuestros objetivos. Por ello, hay que saber adaptarse y utilizar las adversidades a nuestro favor. Ejemplo: supongamos que uno de mis objetivos diarios es ir a la universidad y aprender cosas nuevas. Pues bien, resulta que un día amanecí enfermo, ¿qué hago entonces? ¿Lamentarme porque no podré cumplir mi propósito y resignarme por ello? No, hay que encontrar alternativas, como podría ser, en este caso, pedirle a un compañero que me actualice con lo visto en clase y, de manera independiente, estudiar en profundidad los temas abordados ese día que no pude ir. ¿Ves que no es tan difícil?

El hecho de seguir y admirar la trayectoria de personas como Cristiano Ronaldo, Michael Jordan y Kobe Bryant, me ha hecho interiorizar que, en esta vida, si realmente deseas ser exitoso, debes eliminar las excusas por completo y trabajar duro por cumplir tus sueños. La Mamba Mentality de Kobe, palabras más, palabras menos, lo que nos dice es: “Intenta ser la mejor versión de ti mismo cada día de tu vida”, con esto en mente, créanme que resulta más fácil levantarse todos los días a las 3:00 a.m. para ir a clase de 7:00 a.m. a la universidad (teniendo en cuenta que queda en una ciudad diferente), resulta gratificante levantarse todos los días antes de las 7:00 a.m. para practicar uno de tus deportes favoritos, entre otras rutinas. Todo lo anterior es real y lo digo como experiencia personal.

Retomando el tema principal de esta columna, a pesar de todo lo dicho sobre algunos de los factores más importantes a la hora de querer cumplir lo que nos proponemos, no está mal pensar en la posibilidad de que aquellas cosas, por una u otra razón, no se cumplan. Lo que sí está mal, pienso yo, es quedarse en eso, en el fracaso, en la derrota, y resignarse a tener una vida mediocre por el resto de nuestra existencia.

A casi nadie le gusta perder, es cierto, pero son pocas las personas que ven en la derrota una oportunidad de salir más fuertes y más motivados a comerse el mundo. Es ahí donde está la diferencia entre querer ser exitoso y serlo. Ojo, aclaro que, cuando hablo de éxito, no me refiero netamente a bienes materiales, sino al cumplimiento pleno de las metas personales de cada quien.

Temerle al fracaso no está mal, con tal de que ese temor sea aprovechado para convencernos de hacer todo lo posible para evitar ese fantasma de la decepción, de la derrota. Cada que estén en sus habitaciones o en el transporte público con los audífonos puestos, pensando en su vida, recuerden que las excusas las ponemos nosotros mismos y que, por ende, de nosotros depende decidir si esas patrañas son más grandes que nuestras ganas de dejar una huella imborrable, la huella que imprime todo aquel que nunca se rinde, que aprende de lo negativo y que nunca se dejó convencer de que los sueños no se cumplen.

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