Escrita por: Alejandro Gil Torres

Este martes, 7 de junio se realizó un debate en la Cámara de Representantes propuesto por el congresista Mauricio Toro de la Alianza Verde, el proyecto de Ley 461 de 2022 que tiene como objetivo: “eliminar en todo el territorio nacional los esfuerzos de cambio de orientación sexual, identidad y expresión de género (ECOSIEG) promovidos por profesionales y no profesionales de la salud como una medida tendiente a la protección de la diversidad sexual y de género”. En medio de esta discusión, el activista cristiano Jonathan Silva presentó una recusación contra el representante Toro porque existía un conflicto de interés, porque él se identifica miembro de la comunidad LGTBIQ+.

Les confieso que me generó mucho desconcierto e impotencia esta clase de actos injustos y discriminatorios dentro del Congreso de la República. Es difícil de contemplar que en pleno siglo XXI aún existan partidos políticos o miembros de activismo que respalden las “Terapias de conversión” y lo irónico de estas prácticas es que son efectuadas por personas que de verdad requieren de una verdadera terapia psiquiátrica.

Durante esta semana estuve leyendo y escuchando diferentes testimonios de hombres que fueron por voluntad propia y otros sorpresivamente obligados a centros cristianos para recibir cátedras acompañados de psicólogos y otros fueron torturados verbal y físicamente.
De veras, el panorama es desalentador porque según cifras de un informe de la Fundación Thomson Reuters, en Colombia, una de cada cinco personas LGTBIQ ha sido sometida a algún tipo de terapia de conversión, y entre las personas trans, una de cada tres.

La premisa que sigue prevaleciendo es que “antes los ojos de Dios pertenecer a esta comunidad, es pecado, que no está bien”. Yo sí creo en Dios, pero en un ser supremo que proporciona amor y perdón, que no odia ni discrimina. Lo que es ilógico, es que según los cristianos, es pecado ser gay, pero no es pecado discriminar e incurrir en actos homofóbicos. Queridos, esto evidentemente sí es pecado. Así que esa doble moral, es insoportable e inaceptable, en un país que anhela la paz y sufre de una intolerancia latente. Es incomprensible que quieran someter a un ser humano a estas prácticas en contra de su decisión de orientación sexual, porque ese dilema que en típicas conversaciones formulan de que una persona que hace parte de la comunidad nace o se hace, yo considero que ambas respuestas son correctas, porque esta decisión es autónoma y nadie, tiene el derecho de ir en contra de la misma. ¡Hasta cuándo tanta discriminación y carencia de mente abierta!

Por otro lado, en la recusación que presentó el señor Silva hace referencia que esta propuesta excluye a la población heterosexual. No conozco a la primera persona que lo hayan llevado a un lugar para convertirse en gay o lesbiana. Y es por eso que comparto la posición del congresista Mauricio Toro, es absurdo el planteamiento, y más que el mismo activista defienda sus posiciones religiosas pero que no respete la diferencia.
¿Será que el Dios al que él cree, es un ser discriminador y no respalda la diferencia?

Entonces es el reflejo de una hipocresía en medio de un contexto social que implica las decisiones de un ser humano.
En esta columna rechazo contundentemente esta clase de intervenciones en el Congreso de la República, repletas de odio, homofobia e ignorancia. Y como lo mencioné previamente, las terapias ideales en este caso, serían para los que no respaldan el proyecto de Ley del congresista, porque los realmente enfermos son ellos.


En este mes del orgullo LGTBIQ+ es indispensable que propuestas como estas se aprueben y se consolide el respeto y el apoyo para los derechos de los integrantes de la comunidad, porque la igualdad no es un privilegio, es un derecho que desafortunadamente en Colombia continúa en construcción.

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