Definitivamente, ¿fue un gran día?

Por: Óscar Mauricio Castro

Domingo, 15 de julio, hoy no es un día cualquiera. Hoy es la fecha que define si mi equipo avanza a cuadrangulares finales.

Me levanté con la intención de solo ver el partido y de que este día pasé lo más rápido posible. Que las 7:00 p.m. ocurran en este momento. Sin embargo, es un día laboral, así que me dispondré dentro de poco a mis labores diarias, como será bañarme, desayunar y salir para  el trabajo.

Una vez terminado mi baño, voy al closet y veo que mi camisa favorita esta planchada. ¿Por qué no usarla hoy siendo un día tan importante? Así que decidí ponérmela.

Luego, para desayunar abro mi nevera y veo dos porciones de pizza; algo que no será una decisión difícil. Las calenté y las disfruté como la noche anterior cuando abrí la caja y me inundó el olor de queso mezclado con el humo penetrante y grasoso del tocino.

Con energía, con mi ropa favorita y luego de un desayuno genial que cualquier persona con dieta envidiaría, me dispuse a salir a la estación de autobuses.

El clima era de un soleado maravilloso donde no se vislumbraban nubes en el horizonte y, sin embargo, había una fresca brisa que me decía: “hoy será un gran día”. Llegué a la estación y, para mi sorpresa, la parada de espera estaba casi desierta, así que al momento de la llegada de mi autobús pude entrar con calma; casi como si fuera un turno de madrugada donde solo puedes ver al conductor y a tres personas saliendo de algún bar con mareo y canciones aún pegadas en sus cabezas. Tomé asiento y pude tener ese privilegio de la clase trabajadora: escoger mi puesto frente a la ventana y disfrutar el paisaje, definitivamente, “hoy será un gran día”.

El trayecto de mi casa hasta mi trabajo fue de aproximadamente 20 minutos que se pasaron volando, el tráfico fue ligero, tomamos todos los semáforos en color verde, así que solo faltó que en la radio se escuchara alguna canción de los Rolling Stones para hacerlo más que perfecto.

Llegué a mi trabajo y me encontré con una celebración por la consecución de un contrato que tenía en vilo a la compañía y que podría hacer que quienes participamos en dicho proyecto tuviéramos un aumento de sueldo, era increíble lo que estaba pasando este día… Todo era perfecto… Definitivamente, “hoy será un gran día”.

Con mejor salario y con una sonrisa de oreja a oreja, me senté a trabajar pensando solo en la fecha de las 7:00 p.m. Ya me imaginaba en el estadio saltando, cantando, gritando los goles y, por qué no… este día era tan perfecto, que incluso llegué a imaginar a una chica a mi lado con el mismo sentimiento y pasión por mi equipo, me imaginé saliendo del estadio a celebrar en algún bar y pasar toda la noche charlando sobre fútbol y sobre lo genial que era compartir la misma pasión.

Un fuerte grito me hizo levantarme de la silla y salir de mi estado de soñar despierto.

¡Ramírez, ya es hora de salida, vamos que nos deja el Uber! ¿En qué momento se acabó el día? ¿Pasé toda mi jornada laboral soñando?… Bueno, me repuse y salí con una alegría tremenda, definitivamente, “hoy será un gran día”.

Junto a dos compañeros de trabajo, pedimos un Uber y nos embarcamos rumbo al estadio. El solo pensar en sentir el estadio lleno, el papel picado que cae desde la tribuna popular, el grito ensordecedor de los asistentes, la marea amarilla que se pierde en el horizonte y las canciones cantadas por el estadio hasta quedar sin voz, me tenía obnubilado y con una inminente ansiedad de entrar. Solo esperábamos que los filtros de seguridad estuvieran rápidos y, efectivamente, pasó, ya nada podría arruinar esto porque definitivamente, “hoy será un gran día”.

Una vez entramos a la tribuna frontal, mis amigos y yo tomamos asiento y vimos cómo el estadio poco a poco comenzaba a llenarse, las tribunas ya se veían de un solo color y la ansiedad y la tensión se podían sentir. Todos teníamos en nuestra cabeza que la noche de aquel día sería recordada por años, y pensaba que en cualquier día difícil que llegase a tener en un futuro cercano, podría alojarme en los recuerdos de esta noche.

Los 20 minutos de espera para comenzar los himnos se me hicieron eternos, las típicas charlas de informes, recibos y demás tareas del trabajo que nos unía a mí con mis amigos nos alcanzaron incluso, para pensar qué haríamos mañana una vez llegáramos a nuestro turno. Así pasamos esos eternos 20 minutos hasta que el árbitro dio inicio al encuentro; todo lo que pasé esa jornada, la ansiedad y emoción, llegaban a su clímax, era el momento por el que tanto había esperado… Les seré sincero: vi todo el partido de pie, la emoción no me dejaba relajarme, en ese momento yo me sentía como el único espectador, donde solo pensaba: “hoy será un gran día”…

Minuto 35 del primer tiempo: Pérez se adelanta por la banda derecha y lanza un centro dirigido a la cabeza de Cardona, Cardona se levanta, pero antes de golpear el balón recibe un codazo y cae al suelo, sus compañeros, viendo la situación, reaccionan increpando al árbitro que sin dudar señala con su brazo el punto penal… En ese momento, todo el estadio gritó al unísono con la esperanza de que se abriera el marcador y pudiéramos celebrar… Definitivamente, “hoy será un gran día”.

Cardona se levantó y pidió el balón, lo tomó con una confianza y nervios de acero, lo acomodó en el centro del área y sin titubear, tomó impulso y anotó el primer tanto del partido con un potente disparo al centro del arco. La multitud enloqueció y solo pude sentir un abrazo desde mi costado derecho con una frase que se perdía con el ruido del ambiente: “hombre, este año sí es”… Definitivamente, esta será una gran noche.

Con esa emoción latente, el partido siguió hasta que, faltando dos minutos para terminar, el árbitro se percató de algo. Todos nos miramos extrañados por la abrupta detención del juego. Al parecer, era algo grave y nadie podía percatarse de qué se trataba. El árbitro se dirigió rápidamente al banco del equipo suplente para preguntar sobre una información que le llegaba desde la comunicación interna. Luego, sumamente molesto, el juez gritó a todos los que estaban presentes y se dirigió hasta el centro del campo. Con una confusión generalizada, hizo sonar su silbato y, señalando con sus manos el centro del campo, dio por terminado el partido. Habíamos ganado…

Dos segundos después, el estadio estalló de alegría, la gente se abrazó y todos salimos del lugar con un éxtasis casi similar a la alegría máxima… había sido una gran noche. Solo esperaba llegar a mi casa y recostarme pensando en lo genial que había sido este día.

Mientras caminaba, alguien en la fila de salida hablaba fuertemente junto a otro colega sobre la razón de lo sucedido en el partido en los últimos minutos: resulta que el equipo contario había realizado

cuatro cambios de jugadores extranjeros donde, por reglamento de la liga local, solo se permiten tres. Es decir, no ganamos por 1-0 sino por 3-0, aumentando nuestra diferencia de gol en la tabla general; es increíble que esto aún pase, cómo no darse cuenta…

Así que el azar y el esfuerzo se unieron para hacer de este día un gran día.

Es increíble que la pasión por algo te nuble la razón, luego, más tranquilo, pensaba: es verdad que mi equipo pudo haber perdido y no haberse dado una noche como la de hoy, pero existen esos días donde todo se junta para salir bien, como decía mi madre: “si todo sale perfecto en un día, solo queda comprar la lotería”. Así que una vez llegué a mi barrio, caminé una cuadra de más para ir hasta la farmacia de la esquina para comprar la lotería que jugaba esa noche. Al llegar al local, estaba tan oscura la calle que solo pude ver el letrero de la farmacia, no me importó y caminé hasta mi destino, saludé cortésmente a la señora que me atendió y le dije: “dame el 1935 de la lotería nacional”. Escogí este número por la camiseta de Cardona y el minuto de su gol.

Pagué mi boleto, me despedí y antes de voltearme sentí un frío por mi cuello… era un arma, alguien altamente agitado me dijo: “¡dame todo lo que tengas!”, pero, en mi estado de shock, solo dije: “todo lo que tengo es este boleto de lotería”, el sujeto lo tomó de mi mano y emprendió la huida, desapareciendo en el horizonte de una calle sin iluminación.

La señora que veía por dentro de unas rejas, solo atinó a decirme “usted es muy de buenas… como si el ladrón se fuera a ganar la lotería hoy, seguro usted tuvo un pésimo día”.