Llegó a las 6:30 a.m. a ver su primera clase en octavo de bachillerato. Tenía dos trenzas en su cabello negro, una piel tan blanca que inspiraba tantos apodos como suspiros. Tenía el uniforme de educación física y sus nalgas se veían estupendas, unos ojos claros y una voz tan dulce que hizo que pasaran cosas malvadas por mi cabeza en plena pubertad. Pero como buen burletero y participante de una gallada de aburridores líderes del salón tenía que darle su bienvenida.
Pasó el tiempo y ya ganada su confianza se dio el momento oportuno para efectuar el plan que le jodería la mañana a aquella niña que me atormentaba la cabeza y el corazón.
Ese día nació la inspiración y con la ayuda de mis colegas y cómplices dimos continuidad al plan elaborado con minutos de antelación. Era sencillo: entramos al salón mientras todos estaban en descanso, realizamos la famosa “empanada” a su maletín, añadimos un paquete de papas con basura y salsas de tomate en su interior y un banano, que en su cáscara decía “TE GANASTE UN CAMBIO EXTREMO” escrito de mi puño y letra con bolígrafo de tinta negra.
Nos esfumamos y dejamos todo en su lugar, sintiendo esa paz de lograr el cometido inicialmente planeado sin testigos. Al ingresar de descanso, el ambiente era perfecto; el salón estaba completo con todos los compañeros sentados esperando al profesor y sólo faltaba que la víctima se enterara, ver su reacción, reír como idiotas y sentir la paz de haberle dañado el día a una persona.
“Llegó y sus ojos se abrieron de par en par. Frunció el ceño, su cara cambió de color pálido a un rojo algo miedoso e inició el show esperado”.
Llegó y sus ojos se abrieron de par en par. Frunció el ceño, su cara cambió de color pálido a un rojo algo miedoso e inició el show esperado; tiró el banano contra la pared del salón y toda la basura que había en el interior del maletín en el piso. Finalmente la cara se liberó, empezaron los pucheros y las lágrimas cayeron. Salió y tiró la puerta. Nadie se rió mucho pero mi risa de estúpido me delató y le echaron el cuento a la directora del grupo.
La directora me pone al frente de la niña de trenzas, permitiendo lo que siempre había querido y no había hecho solo: parármele delante de ella y decirle una bendita palabra mirándola a los ojos. Esa vez lo primero que hice fue pedirle disculpas por la broma mientras la veía llorar. Sus lágrimas me destruyeron.
Me tragué de esa niña de tal forma que dejé de desayunar en el colegio para reunir dinero para llamarla tres veces en la semana, comprarle peluches y tarjetas de amor. Un día supe que un dragón de peluche súper especial que le había regalado y que se había consumido mi presupuesto del mes, ella se lo había regalado a un amigo mío y éste personaje se lo había regalado a su vez, a una conquista suya. Así sentí la primera broma en mi contra que me hizo hasta llorar y de la que no recuerdo que me hayan pedido perdón.
Autor:
Andrés Amador Bernal
@AndresAmador2