
Un monstruo que llevas dentro.
Benavides no seé lo ha dicho a casi nadie.
A veces siente que es muchoss, que su identidad está fragmentada en miles de personas o voces que nunca lo dejan tranquilo.
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En parte por eso escribe, porque necesita dejar constancia de lo que le susurran dentro de su cabeza esos seres que lo habitan.
“Escribo como si fuera a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida”, decía Clarice Lispector. Tal vez la escritora tenía toda la razón.
Benavides cree que a veces logra textos bellos, palabras que impactan la mente y corazones de las personas, pero solo un par de amigos suyos comprenden su sufrimiento.
Siente que la escritura es como un mMonstruo que lo domina por completo.
En ocasiones, cuando se sienta en el escritorio, con un par de ideas esbozadas en su cabeza, espera que las palabras fluyan de forma ordenada hacia sus dedos, pero sin proponérselo, estas se desbordan como si tuvieran vida propia.
Quizá, piensa, los procesadores de palabras dan la ligera sensación de que el que escribe está al mando, de que somos los amos y señores de nuestras palabras; que en el disco duro o en la nube, el texto está no solo a salvo sino inerte, pero la escritura es una bestia incontenible.
No deja de darle vueltas a una historia que leyó sobre Thomas De Quincey.
Dicen que el escritor británico deambulaba mucho por las calles, procurando anotar todo en hojas, pedazos de papel y libretas: lo que veía, sentía, sus comidas, las personas con las que se cruzaba, las prostitutas que frecuentaba, etc.
Alquilaba cuartos en pensiones en los que vivía rodeado de libros, sus anotaciones y, a veces, cuando se inclinaba sobre su escritorio para escribir y contener al monstruo, se quemaba el pelo con una vela.
Cambiaba de residencia con frecuencia y en ocasiones, para evadir el pago de la renta, se marchaba del lugar dejando sus pertenencias y escritos, como si no le importaran. Pero apenas lo hacía, comenzaba a escribir de nuevo con la misma pulsión de antes.
Por eso a Benavides le gusta pensar que la escritura es un monstruo, un ser capaz de invadir el cerebro de una persona, sin permitirle pensar en nada más.
Un monstruo que no sigue ningún tipo de reglas y que no sabe de inicios, nudos o desenlaces, sino más bien de impulsos y deseos profundos y retorcidos.
Es probable que ese monstruo no sea más que el subconsciente del que hablaba Anaïs Nin en sus diarios: “Aaquel lugar donde reside la verdadera fuente de la creación”.
No le queda más que rendirse a sus pies, dejar que lo habite y escribir según las indicaciones de Virginia Woolf: “Ssin prestarle mucha atención a los errores, y escogiendo las palabras sin mayor pausa que la que se necesita para mojar de tinta la pluma”.
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