La verdad oculta de la tortuga y la liebre.

Por: Brayan Torres

En la soledad de la madrugada, cuando el insomnio se adueñaba de mis pensamientos, me sumergí en el vasto océano de Facebook. Fue entonces cuando me topé con el intrigante contenido de Farid Dieck, un creador audaz que desafía las verdades absolutas y nos invita a explorar nuevas perspectivas. Surgió en mi mente un interrogante que no podía ignorar: ¿acaso la historia de la tortuga y la liebre tiene otra versión? Impulsado por un afán de respuestas, me aventuré a reinterpretar este cuento clásico desde una óptica más cercana a la realidad. Acompáñame en este viaje y descubre una nueva faceta de la fábula que conocemos.

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En un rincón olvidado del bosque, donde el sol se filtraba entre los árboles y las hojas danzaban con suaves susurros, se desarrollaba una competencia que había perdurado en los cuentos y en la memoria colectiva: la clásica historia de la tortuga y la liebre tomaba un giro inesperado, donde los roles se invertían y los engaños se entrelazaban entre las sombras del destino.

La tortuga, normalmente admirada por su constancia y determinación, ocultaba un oscuro secreto. Había trazado un plan meticuloso para asegurar su victoria en la carrera contra la arrogante liebre. Antes del gran día, se había colado en el huerto de zanahorias, esas que tanto le gustaban a su rival, y las había untado con un medicamento para dormir. Su intención no era ganar por su propia habilidad, sino aprovechar un descuido y sabotear a la liebre.

El día de la carrera llegó y el bosque se llenó de expectación. La liebre, confiada en su velocidad y superioridad, se burlaba de la tortuga, que parecía una sombra insignificante ante su prepotencia. Pero lo que la liebre no sabía era que, al morder las zanahorias hipnotizadas, su cuerpo comenzaría a ceder ante el sueño. No era su voluntad quedarse dormida, sino que había sido víctima de un plan maquiavélico.

Mientras la liebre luchaba contra la somnolencia, la tortuga avanzaba decidida hacia la meta. Su paso lento y constante la mantenía en la delantera, pero su victoria estaba marcada por el engaño y la traición. Las fuerzas de la liebre se desvanecían rápidamente, y aunque intentó correr desesperadamente cuando despertó, sus músculos aún adormilados no respondían con la agilidad que solían hacerlo.

El público, desconcertado y dividido, presenció una versión alterada de una historia que creían conocer. La tortuga, que solía ser admirada por su perseverancia, se revelaba como la autora de un astuto plan para derrotar a su oponente. La liebre, por otro lado, se convertía en la víctima de un engaño cruel y desleal.

Esta versión retorcida del cuento clásico plantea una pregunta intrigante: ¿qué pasa cuando aquellos que parecen inquebrantables caen víctimas de su propia arrogancia y confianza excesiva? ¿Es la victoria justa cuando está fundamentada en la manipulación y el engaño?

La moraleja se desvanece en el viento, dejando a los oyentes con una sensación incómoda. Quizás, en lugar de buscar la victoria a toda costa, deberíamos reflexionar sobre la importancia de la honestidad y la integridad en nuestras acciones. Pues aunque los roles se hayan invertido en esta versión de la historia, la sombra de la moralidad sigue presente, recordándonos que el verdadero triunfo radica en la nobleza de nuestros actos, no en el engaño y la traición.

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