
Un viaje a la simplicidad y las conexiones auténticas
Por: Brayan Torres
En la época antes del internet, la vida tenía un ritmo diferente. Los recreos en la escuela eran momentos mágicos, llenos de risas y juegos al aire libre. Corríamos y jugábamos al fútbol con nuestros compañeros, mientras las niñas se reunían para compartir secretos y hablar sobre sus programas de televisión favoritos, como Rebelde o Patito Feo.
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Recuerdo con cariño aquellos días en los que intercambiábamos tasos y coleccionábamos cartas de juegos. También cuando hablábamos apasionadamente sobre los últimos capítulos de Dragon Ball Z y compartíamos nuestras teorías sobre lo que sucedería después.
La interacción humana tenía un valor inmenso. No había WhatsApp ni redes sociales para mantenernos conectados virtualmente, así que los andenes de las calles se convertían en nuestros lugares de encuentro y debate: hablábamos de cualquier tema que se nos ocurriera, desde chismes de la escuela hasta los misterios del universo.
Salir a tomar agua en medio de un juego era una decisión difícil, porque sabíamos que una vez dentro de casa, se terminaba la diversión. Y, por supuesto, el llamado de mamá para la cena era el sonido que marcaba el final de nuestros días llenos de aventuras.
Los fines de semana eran momentos sagrados en familia. Despertábamos temprano para ver programas como El Chavo del Ocho o Los Cuentos de los Hermanos Grimm. Por la noche, todos nos reuníamos en la sala para ver películas y compartir risas.
Los paseos al río eran todo un evento. Íbamos con toda la energía del mundo y regresábamos hechos polvo, pero felices. Nos ensuciábamos sin preocupaciones y una simple llanta se convertía en el juguete perfecto. Dos vasos y una cuerda se transformaban en teléfonos mágicos que nos permitían hablar con amigos imaginarios.
La imaginación era nuestro límite. Grabábamos canciones en casetes hasta que el locutor de la radio interrumpía. Escribíamos cartas de amor sinceras y sentíamos mariposas en el estómago.
Esos días fueron un regalo, y aunque la tecnología ha cambiado nuestra forma de vivir, los recuerdos de esa época siguen llenos de magia. Son tesoros que conservamos en nuestros corazones, momentos en los que la vida era más simple y las conexiones humanas eran más profundas. Aunque esos días no volverán, siempre vivirán en nuestra memoria como un recordatorio de la belleza de lo sencillo.
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