En Colombia la identidad no es tener una vivienda digna, salud, educación, sino tener un infinito número de seguidores, midiendo así la integridad por likes.

Por: Laura Marcela Ballesteros
Publicado: marzo 11, 2015

El colombiano promedio se acostumbró a utilizar el sentido figurado para todo. Una forma que en literatura aplicamos para darle nuevos sentidos a las palabras pero que en la cotidianidad no hace más sino crear malos entendidos y significados ambiguos. Si la mayoría de las personas se apegaran al concepto real de cada una de sus palabras, la comunicación sería más sencilla, clara y directa.

Al disfrazar cuanta opinión se nos pase por la cabeza lo que estamos desarrollando es un rechazo al fracaso. No soportamos que alguien nos de una opinión cruda y sensata porque inmediatamente lo tildamos de arisco, mala clase o imprudente. Es una condena social decir las cosas de la manera que se piensan.

Uno no puede ser anti-uribista porque es guerrillero, uno no puede ser open mind porque es lesbiana, uno no puede hablar de sexo porque es una fácil.

En cuestiones de país, nos hacemos llamar ‘el mejor vividero del mundo’ y vivimos llenos de cortinas de humo, impotentes ante verdades vergonzosas. Se nos mueren los niños en el Chocó, nos asesinan niños en el Caquetá, nuestras etnias están desapareciendo, nuestros estudiantes de papi y mami discriminan a los becarios de otros estratos, y muchos ejemplos más.

Sin embargo, los medios, en vez de dar a conocer estos hechos que son de carácter urgente, nos llenan el prime time de reinados, realities y escándalos sobre un aparecido, que no es más que usted y  yo.

El mundo nos tiene con su cajita feliz, su vaso medio lleno y la creencia que nada es imposible y bueno. Está bien ser un soñador, pero no estamos en Suiza como para no pensar en las necesidades básicas que aún no se han resuelto y en los patéticos satisfactores que nos da el Estado; esos creados por la globalización que hace creer que un celular híper conectado a las redes sociales es mejor que andar mal vestido y desnutrido por la calle, porque ni para casa propia hay.

En Colombia la identidad no es tener una vivienda digna, salud, educación, sino tener un infinito número de seguidores, midiendo así la integridad por likes.

Esa condición de querer edulcorar la verdad para no quedar mal ante el otro para  y suavizar el idioma, es la que nos tiene jodidos. Póngase a pensar que esa doble moral viene desde la misma forma en la que nos comunicamos.

Bien es sabido que los procesos de construcción, identidad y representación social, van ligados a la comunicación cotidiana, pues en ésta se construyen y se modifican. No obstante, uno de los vicios más grandes del país es tal vez el problema de no tratar las cosas por su nombre, por lo que implica aquella verdad que forjaría más el carácter de cada individuo para afrontar los problemas y ofrecer una solución, dejando así el conformismo para meterle berraquera a lo que realmente importa en sentido literal y no figurado.