
Por: David Valencia.
Hace pocos días el analista político Álvaro Forero decía desde su altavoz periodístico en BLU radio que la democracia debía desarrollar elementos de defensa contra las fake news refiriéndose al gran problema de credibilidad que la vacunación tiene entre la publicación colombiana. Forero tiene razón pues la democracia está amenazada por esas noticias falsas normalmente distribuidas por internet, pero debería notar como todos y todas en el establecimiento colombiano que el descredito, que trasciende a teorías conspiranóicas, es el resultado obvio de la forma como se ha gobernado y se gobierna en el país. Lo que alguna vez se sintió como el interés de los políticos de lucrarse del Estado se ha convertido en una verdadera crisis de confianza que lleva a los más radicales a dudar de la ciencia misma.
Puede parecer un salto argumentativo flojo, pero en nuestras familias y círculos sociales es cada vez más común encontrarse a alguien que duda con toda energía del proceso de vacunación. Los argumentos son muchísimos, pero van más o menos así: las vacunas sirven de vector para insertarnos un microchip para espiarnos, las vacunas son el virus mismo, las vacunas son parte de un negocio internacional para enriquecer a ciertas empresas y gobiernos, y por supuesto, las ya clásicas declaraciones y entrevistas a médicos, científicos y homeópatas que desdicen de la vacuna sin mayores argumentos científicos. Por supuesto no podemos dar crédito a la mayoría de estas ideas. Es claro que la vacunación servirá para enriquecer empresas, personas y gobiernos, pero es lógico que se haga así al interior del sistema neoliberal, no por eso las vacunas dejarán de protegernos. Lo novedoso con estos argumentos es que provienen de personas que normalmente apoyan en redes a Nayib Bukele, Donald Trump o Álvaro Uribe.
Existe entonces una correlación entre la extrema derecha y las teorías conspiranóicas, los seguidores de Trump y Uribe lo han demostrado. Pero hay algo más preocupante de fondo. Más allá de las críticas, señalamientos y análisis, lo que esta correlación evidencia es el descredito de la democracia como sistema de gobierno que ha terminado por derruir la confianza para legitimar cualquier discurso que desde ella se enuncie. Al final para la gente se hace más conveniente confiar en el youtuber o el instagramer con el que tiene una sensación de cercanía que con el gobierno distante que rara vez se interesa por sus problemas concretos. Lamentablemente, el repertorio de defensa que la democracia tiene ante esta amenaza no es más que diluirse para dar paso a salidas autoritarias como el pasaporte sanitario que empieza a tomar vuelo en nuestro país después del ejemplo de Francia.
Rescatar la democracia y la confianza en las instituciones, que querámoslo o no incluye el discurso científico, requiere de una jugada más audaz que la de prohibir, decretar toques de queda y limitar los derechos. Difícilmente podemos construir democracia si después de un atentado al helicóptero presidencial es tan poco confiable para la gente que en lugar de rechazarlo lo convertimos en meme. No me quejo de la reacción de la gente frente a estos actos, sino que señalo el nivel de ilegitimidad que alcanzó nuestra democracia en este gobierno. Atentados, carros bomba, Photoshop en la fiscalía, la certeza de que el poder real está en el Ubérrimo y no en el Palacio de Nariño, Narcos y sus familiares como presidentes del legislativo, un secretario de seguridad civil que anda armado ante el silencio del alcalde, decretos de salvamento social con 1.1 billones de pesos en transferencias para privados dueños de Transmilenio y un largo etc. No hay motivos para confiar en esos gobiernos y nada que venga de ellos, pero a la vez no hay forma de rescatar la democracia sino recuperamos mínimos de confianza que nos permitan hablar un mismo lenguaje ciudadano.
Cuando el establecimiento y sus analistas se quejan de las fake news siempre adolecen de la autocritica necesaria. Han usado el Estado como herramienta de enriquecimiento familiar en contra de las mayorías, de espaldas a la gente, que han terminado por poner la gente de espaldas a la realidad.