Por: David Valencia.

Uno de los principales logros de la democracia ática, de la que nos declaramos herederos en occidente o en países occidentalizados, es sin duda el pago de las magistraturas a quienes prestan su servicio a la democracia como funcionarios. Por el contrario, las oligarquías requerían que todos los magistrados trabajaran gratis. Sin duda el pago por la representación política y la discusión debe compadecerse con la realidad de los representados, pero no deja de ser necesario, y es garantía del funcionamiento correcto de un sistema democrático, pues de esa forma se garantiza, o al menos se intenta garantizar, que los funcionarios están en pro del beneficio colectivo. Lamentablemente, nuestra izquierda ha vivido un proceso de moralización antidemocrática en el fondo, liderada por Gustavo Bolívar, en el que se plantea un servicio publico similar al de las antiguas oligarquías y no a las democracias clásicas.

No dudo del valor político y ciudadano de Bolívar, quien sin duda ha dado un golpe de frescura para muchos y muchas ciudadanas que reclamaban coherencia de sus representantes. No obstante, las opciones moralizantes defendidas por Bolívar terminan por erosionar el ejercicio mismo de la representación política. Hago énfasis primero en la crítica de Bolívar a la remuneración de los meses en que los congresistas no asisten a legislar y se dedican a recorrer los territorios en busca de votos, pero al tiempo de representación del sentir de sus bases políticas lo que sin duda hace parte de la función de un representante político. Esto se hizo especialmente sensible cuando Bolívar dirigió sus críticas a María José Pizarro por recorrer el país en reuniones de las bases sociales de la Colombia Humana, acusándola de usar sus amplios recursos como representante para hacer campaña al senado. Yo no dejaba de preguntarme ¿Cómo sentirnos representados en las regiones si los políticos alternativos no hacen el esfuerzo económico de visitarnos? ¿Si María José Pizarro no hubiera viajado por el país quien hubiera llenado ese espacio vacío de contacto con el elector?

Mucho más en el sentido del antidemocrático Platón, Bolívar nos ha planteado la necesidad de un político pobre que sienta las necesidades de su pueblo. Sin duda esto es dulce a los oídos de quienes no tenemos dinero, pero no deja de ser peligroso para la política. ¿Cómo garantizamos que los funcionarios trabajen por el público si no tienen sus necesidades personales resueltas? Pero Bolívar, sin duda coherente, sacrificó su económica privada al tiempo que donaba sus ingresos como político hasta que estalló el escándalo. Sus deudas privadas lo hacen parecer para muchos y muchas un líder poco confiable, finalmente la economía privada terminó por afectar la imagen del político coherente.

La política debe entenderse y discutirse públicamente encarando los temas que nos parecen menos populares. Dejarnos moralizar por completo el ejercicio de la política nos desactiva para construir proyectos de transformación. Por supuesto debemos ser coherentes con los valores de nuestra ideología política pero la moralización liberal de la despolitización ha colonizado a la izquierda nacional vía Gustavo Bolívar. Aún tenemos mucho camino por recorrer, pero debemos hacer ejercicios de pensamiento que rompan la superficie y nos permita entender cosas como que el trabajar gratis para el Estado es propio de las oligarquías pues se trabaja para mantener los privilegios de uno mismo.

Insistir en la moralización nos lleva a tomar decisiones tan complejas y costosas como cerrar listas para crear una ficción de representación que cierra las opciones de libertad de las bases que no hacen parte de las negociaciones de la élite. Usan medios oligárquicos para vender democracia a las bases todo bajo la excusa de la moralización de la política, un peligro sin duda.