Una finca de la Calera, Cundinamarca, es el lugar que recibe los animales que prestaron sus servicios en el campo.

La idea de convertir una finca lechera en una granja para jubilar animales nació debido al impacto que genera en los animales el ser explotados desde el inicio hasta al fin de sus días. De esta forma se creó Namigni, un espacio ubicado en la Calera, Cundinamarca, donde vacas, caballos, burros y otras especies pueden descansar de los trabajos que desarrollaron en el campo durante muchos años.

“Estamos totalmente comprometidos con ayudar a lecheros y otros productores agropecuarios que quieran cambiar de actividad al jubilar sus animales, garantizándoles una vida digna, libre y feliz, mientras que construimos con quienes hagan el cambio a actividades alternativas de generación de ingresos que nada tengan que ver con la explotación de animales. Cuando conocimos esta familia de productores lecheros que está en este proceso con nosotros, esta oportunidad se creó para iniciar un proyecto de este tipo—que esperamos que sea apenas el primero de muchos, con otras fincas pecuarias”, explicó Miguel Aparicio, cofundador del ‘santuario de animales’ Namigni.

Los animales que llegan a la finca no requieren condiciones especiales para su jubilación, pues según Aparicio, “es apenas necesario que el productor agropecuario quiera genuinamente cambiar de actividad y dejar la explotación animal como fuente de ingresos, aceptando entregar sus animales a cambio de ayuda para iniciar otras actividades de generación de ingresos. Sus animales, sin importar la especie de que sean o condición que tengan, serán recibidos y protegidos de por vida como parte del proyecto”.

Todas las especies se pueden jubilar. Aves, conejos, bovinos, caprinos, ovinos, equinos, porcinos y otros. Desde que se jubila, el animal deja de ser visto y tratado como un recurso o medio de producción y pasa a ser tratado como un individuo cuya vida y libertad se respetan incuestionablemente.

“Desde ese momento, a cada animal se le brinda la oportunidad de vivir en un entorno natural, de acuerdo con las características y necesidades de su especie para que tenga una vida saludable y feliz hasta que su muerte natural ocurra”, preciso el señor Aparicio.

“En la actualidad, tenemos toros, vacas, terneros, yeguas, burros, cabras, ovejos, gallinas, patos, pavos, pollos, gallos, conejos, perros y gatos. Las vacas, toros y terneros, por ejemplo, viven en manada, como una familia, pastando en los potreros del santuario, socializando, jugando, descansando, y siendo libres de disfrutar su vida sin ningún tipo de interferencia. En el santuario, su contacto con humanos ocurre apenas desde la empatía, el respeto, y el cuidado que estos animales merecen”, relató don Miguel en El Campo en la Radio de Radio Nacional de Colombia.

Actualmente en Colombia está creciendo este movimiento de santuarios en donde los animales pueden jubilarse. Hay tres en Antioquia: Second Chances, La Voz de Goyo y Campamento Lechuga; Asbtractus, en Mosquera, Cundinamarca, y uno más en Cali, Valle del Cauca.

“Todos trabajamos juntos para crear más y mejores soluciones para brindar refugio a animales rescatados de la industria”, añadió Aparicio.

En Latinoamérica hay otros santuarios que también se dedican a proteger animales rescatados de la cadena agropecuaria. En Colombia, el santuario de La Calera es el primer proyecto que se desarrolla estructuradamente para llevar una unidad agropecuaria y desactivar y reemplazar planificadamente su actividad para beneficio de los animales y también de las personas que siempre se dedicaron a este negocio.

“Queremos que muchos más proyectos similares con otras unidades agropecuarias se desarrollen (…) estamos disponibles para trabajar en ese sentido”, dice don Miguel.

¿Cómo se gestiona el santuario?

“El santuario se sostiene exclusivamente de donaciones que apoyan su trabajo. Personalmente, como fundadores del santuario, estamos también fuertemente comprometidos con garantizar la sostenibilidad del santuario”, explicó el cofundador.

Historias de jubilación animal

“Dos vaquitas muy mayores fueron entregadas al santuario: Chloé y Luanda. Chloé sigue con nosotros y es una abuelita bovina muy linda y gigante. Es muy noble y vive feliz en manada. Desafortunadamente, Luanda falleció hace unos meses, pero vivió feliz también en manada, con la vida tranquila y de amor que merecía. Lupita, la burrita, vive feliz entre las vacas y toros y sus otros amigos equinos; y Cassilda, la cabrita abuelita, estaba embarazada y ha tenido sus dos bebés, que viven libres y felices con su mamá en el santuario”, contó don Miguel.

Para don Miguel, la esperanza radica en que el proyecto sea un referente en Colombia, ya que su objetivo es que muchos más productores agropecuarios sientan confianza para conversar y trabajar juntos para que poder generar cambios en el trato a los animales.

Finalmente, destacó que este proyecto debería ser apoyado por dos razones principales.

“La primera es que los animales no deben ser vistos o tratados como recursos. Una vaca, oveja o gallina es esencialmente igual a un perro o gato. Merecen la misma consideración y respeto, así que apoyar santuarios que rescatan estos animales y les brindan una vida libre y feliz, es un factor clave de la protección que los humanos debemos brindar a los demás animales que coexisten con nosotros en el planeta. La segunda razón es que los productores pecuarios necesitan ayuda para dejar su negocio de explotación animal y empezar una actividad alternativa, que incluso les traiga más éxito, siendo positiva para ellos, para los animales, y para el planeta”, finalizó Miguel Aparicio.

Radio Nacional de Colombia.