Inteligencia artificial segura pt. 2

Por: Andrés Meza Escallón

¿Cómo fue que ahora solo escuchamos hablar de inteligencia artificial por todas partes? ¿Te has preguntado si esta situación te puede afectar directamente? En la primera entrega de esta serie de tres partes (¿Debemos estar preocupados?), concluimos que no necesitamos que emerja una super inteligencia artificial en un futuro cercano para asustarnos, las herramientas que ya están en el mercado hoy tienen suficientes problemas como para que estemos más ocupados en solucionarlos que en buscar cómo crear inteligencias artificiales todavía más poderosas. Pero para entender cómo fue que llegamos a esta situación y por qué hay tanto afán por meter inteligencia artificial hasta en la sopa, hay que analizar las motivaciones de quienes están detrás de este fenómeno. Por eso, antes de que grites “¡Clickbait, yo entré a leer de inteligencia artificial, no de economía!”, te pido que confíes en que esto nos da herramientas para entender la causa y sus posibles soluciones.

¿Cuál es el problema?

En mi opinión, el problema es que unas pocas corporaciones, a cuyos líderes no elegimos, nos están arrastrando a todos a una realidad donde la inteligencia artificial va a tener un enorme impacto, tanto positivo como negativo, en la economía y en la cultura, sin que como sociedad hayamos tenido oportunidad de adaptarnos.

Muchos empresarios están tan entusiasmados con el jugoso negocio que representa este nuevo mercado, que prefieren barrer bajo el tapete los posibles riesgos. De hecho, el bombardeo constante de nuevos productos y aplicaciones de herramientas de inteligencia artificial que hemos visto en los últimos meses, se debe a una especie de carrera entre grandes corporaciones para ser la primera en quedarse con la mayor parte del mercado. Google estaba trabajando lento pero seguro para perfeccionar Bard, y Facebook estaba haciendo lo mismo con LLaMA. Pero en enero de 2023, OpenAI, la responsable de ChatGPT y DALLE2, recibió una inversión de US$10.000M de Microsoft, lo cual acabó con cualquier pudor que pudieran tener los demás y todos pisaron a fondo el acelerador. El objetivo: sacarle plata lo más pronto posible a estas herramientas basadas en inteligencia artificial así estén todavía a medio cocinar.

Esto no pasa solamente con las grandes corporaciones. Este frenesí ha causado que los inversionistas de capital de riesgo de Silicon Valley inunden de dinero a casi que cualquier emprendimiento relacionado con inteligencia artificial. Por citar solo un ejemplo, hablemos de Ashish Vaswani y Niki Parmar, dos investigadores de Google que en 2023 dejaron la compañía para fundar su propia empresa de inteligencia artificial llamada Essential AI. Ellos son el primer y tercer autor, respectivamente, del famoso artículo Attention is all you need, que fue el que presentó al mundo la tecnología de Transformers, que es de donde viene la “T” en “GPT”. Essential AI recibió muy rápidamente US$8 millones de parte de inversionistas sin tener un producto concreto, solo la idea de que pueden ser el próximo OpenAI.

¿Quiénes son los responsables?

Yo sé que estás pensando “ah, ya este mamerto va a decir que la culpa es del capitalismo”. Pues no. De hecho, creo que el capitalismo es el motor del mejoramiento de la calidad de vida material más poderoso creado por la humanidad. Por eso, para mí la culpa no es del capitalismo en sí sino de la insaciable codicia de corporaciones cuyo principal objetivo no es resolver problemas del mundo real, sino beneficiar a sus inversionistas. Su mejor exponente es Silicon Valley, que ha fomentado que para muchos empresarios el negocio no sea crear una compañía con clientes que facturen, sino engordar start-ups a punta de inversión y venderlas lo más pronto posible.

Pero, ¿cómo llegamos a que esta tendencia sea la dominante? Para eso vamos a entender primero cómo piensan los inversionistas.

Cuando una compañía recibe ingresos por la venta de sus productos y servicios, usa ese dinero para pagar sus gastos e impuestos. Lo que queda son sus ganancias y hay básicamente tres opciones para usarlas:

La primera opción es reinvertir una parte en mejorar la propia empresa, por ejemplo, abriendo una nueva planta de producción, invirtiendo en investigación y desarrollo para crear nuevos productos innovadores, o comprando tecnología que aumente la eficiencia.

La segunda es contratar más personal o retener al talento más valioso mejorando las condiciones de los empleados, ya sea aumentando sus sueldos, o creando beneficios como programas de salud, educación, etc. Esta opción es especialmente importante en empresas de servicios como el desarrollo de software o de contenido, donde la nómina es el rubro más importante, a diferencia de las empresas industriales (como un fabricante de automóviles o una petrolera) que gastan más en maquinaria e insumos.

Y la tercera opción es pagar dividendos, es decir, dar parte de las ganancias a los accionistas en proporción al porcentaje que poseen de la empresa. Es decir, si se destinan $100 millones a pagar dividendos y mis acciones representan el 3 % de la compañía, entonces me pagan $3 millones.  

Normalmente las empresas distribuyen sus ganancias entre las tres opciones. Cuando una empresa apenas está empezando, la mayoría se va en las primeras dos opciones para hacer crecer la empresa, y solo cuando esta ya ha alcanzado cierta madurez, se aumenta la tercera opción para retribuir a los accionistas por confiar en la compañía. Pero según el profesor de Economía de la Universidad de Massachusetts, William Lazonick, el 90 % de las empresas más grandes de Estados Unidos gastaron entre 2003 y 2012 el 54 % de sus ingresos en comprar sus propias acciones en el mercado, mientras que el 37 % se repartió entre los accionistas. Para cosas que mejoran directamente el producto, como invertir en investigación y desarrollo o mejorar sueldos para retener a los empleados, solo quedó el 8 % de los ingresos. 

Porcentaje de ganancias gastado en recompra de acciones (1982-2018). Fuente: Vox.

Para poner solo un ejemplo de esta práctica, Apple ha invertido un promedio de US$20 mil millones trimestrales en los últimos cinco años en recompra de sus propias acciones:

¿Y qué efecto tiene esto? Pues que al haber menos acciones disponibles en el mercado, la escasez hace que el precio de la acción suba artificialmente por la ley de oferta y demanda, lo que le conviene a todos los que ya eran accionistas. Además, al haber menos acciones, cuando se repartan dividendos entre los accionistas, a cada uno le va a tocar más plata porque se reparte la misma torta pero entre menos comensales.

Hay otros trucos que usan los gerentes de estas megacorporaciones para subir artificialmente el precio de la acción. Uno de ellos es mostrar un aumento repentino en la rentabilidad cuando deben declarar sus estados financieros. Obviamente, un aumento en la rentabilidad se percibe como algo positivo, que aumenta la confianza en el futuro de la empresa, lo que hace más atractiva la acción y, por lo tanto, que su precio suba. Si por el contrario, la empresa sufre una demanda, un nuevo producto fracasa o disminuye su rentabilidad, la confianza y por lo tanto el precio, bajan. Para aumentar la rentabilidad se pueden aumentar los ingresos, reducir los costos o ambos. Como aumentar los ingresos consiguiendo nuevos clientes o creando nuevos productos exitosos toma tiempo, lo más rápido es reducir costos despidiendo personal. Este fue el recurso usado por gigantes tecnológicos como Amazon, Google, Microsoft y Facebook, que en lo que va del 2023 han despedido a miles de empleados a pesar de que, simultáneamente, reportaron enormes ganancias.

Despidos en gigantes tecnológicos 2023. Fuente: TechCrunch.

De esta forma, cuando estas compañías presentan sus estados financieros muestran ingresos provenientes del trabajo de los meses anteriores, pero con una nómina que, de la noche a la mañana, cuesta menos, aumentando así la rentabilidad. Esto se ve reflejado en el precio de las acciones de los gigantes tecnológicos, que aumentó tanto, que en conjunto representan más del 80 % del retorno de la inversión del índice S&P 500 a mediados del 2023.

Participación en ganancias del mercado bursátil 2023. Fuente: Statista

Obviamente, esta jugada tiene consecuencias negativas a largo plazo, pero para cuando esas consecuencias sean evidentes, ya los accionistas se han llenado los bolsillos.

¿Cómo llegamos a esta situación?

En este momento te estarás preguntando: ¿esto qué tiene que ver con inteligencia artificial? ¿Y a mí en qué me afecta que las corporaciones y sus accionistas hagan lo que quieran con su plata? Pues mucho, ya que tarde o temprano, decisiones tomadas allá, como reemplazar abogados, periodistas, escritores, ilustradores o programadores por herramientas de inteligencia artificial, van a ser copiadas por empresas acá. Aunque los resultados de usar estas nuevas tecnologías todavía no sean tan buenos como los producidos por un empleado experto, son sumamente atractivos porque implican menores costos en la nómina. Y ya hemos visto que este tipo de comportamiento en el corto plazo es el que más les gusta a muchos inversionistas.

Pero en este punto seguramente vas a decir que los CEO no van a arriesgar la calidad de sus productos y servicios por una nueva tecnología solo porque promete menores costos en la nómina. Pues resulta que los accionistas se hablan entre ellos, muchos invierten en varias empresas, y si se dan cuenta de que en una compañía hicieron algo que los beneficia, van a presionar para que en las otras empresas donde tienen acciones se tomen medidas similares. ¿Y por qué un CEO se dejaría presionar? Bueno, tal vez tenga que ver que la mayoría de los altos ejecutivos de esas corporaciones reciben parte de sus ingresos y bonos no en dinero sino en acciones de la compañía. Entonces jugadas como la recompra de acciones o despidos masivos para maquillar la rentabilidad, afectan al mercado bursátil haciendo que el precio de la acción suba artificialmente. Esto les representa a los altos ejecutivos tanto dinero, que actualmente un CEO de estas megacorporaciones gana entre 220 y 399 veces el sueldo del promedio de sus empleados. Para ponerlo en perspectiva, si el salario promedio de los empleados es de dos salarios mínimos, que Colombia equivaldría a $2,3 millones, el del gerente general sería de $925 millones. Es por esto que un CEO tiene fuertes incentivos para hacer jugadas que inflen el valor de las acciones en el corto plazo y casi ninguno para apostarle a estrategias a largo plazo que beneficien a los clientes o los empleados.

Sin embargo, esto no siempre fue así. En sus orígenes, por allá a finales del siglo 18, las corporaciones gringas se creaban con un contrato que definía explícitamente su función en favor del público, como excavar un canal, construir un puente o un hospital. La idea era que los vecinos que se iban a beneficiar de la obra hicieran vaca e invitaran a otros a que invirtieran para obtener los recursos que garantizaran la finalización de la obra lo más pronto posible. Además, el contrato especificaba la duración de la corporación, por ejemplo, diez años, suficiente para completar su misión, siéndole estrictamente prohibido ponerse a hacer cosas más allá de su finalidad definida.

Pero en 1886, un tribunal estadounidense reconoció a la corporación como equivalente a una “persona natural”, según la ley (persona jurídica). La 14ª enmienda a la Constitución: “ningún Estado privará a ninguna persona de la vida, la libertad o la propiedad”, creada para proteger a los esclavos emancipados, se utilizó para que las corporaciones pudieran saltarse las regulaciones. Esto obviamente se prestó para muchos abusos, que desembocaron en la quiebra de la bolsa de valores y la Gran Depresión de 1929.

Para que semejante descalabro no volviera a pasar, el presidente Franklin Delano Roosevelt creó en 1934 la SEC (Securities and Exchange Commission), una agencia gubernamental que vigila a las empresas que tienen que ver con la bolsa de valores para que no manipulen indebidamente el mercado bursátil. Gracias a la SEC se consideró prácticamente ilegal que una empresa pudiera recomprar sus propias acciones, precisamente porque crea una escasez que empuja hacia arriba artificialmente el valor de la acción y efectivamente constituye una manipulación indebida.

Con el tiempo, las corporaciones se volvieron tan poderosas y tantas fuerzas laborales y comunidades dependían de ellas, que ya no parecía correcto que estas entidades fueran administradas solo para los accionistas. De hecho, a este punto, el capital de las corporaciones venía de las ganancias de su propia actividad y los aportes de los accionistas solo representaban una parte. En 1950, el gurú de la administración, Peter Drucker, instó a que los ejecutivos fueran responsables ante la corporación misma, “en lugar de cualquier grupo: propietarios, trabajadores o consumidores”. En 1957, el economista de Harvard, Carl Kaysen, escribió que la gerencia debería verse “a sí misma como responsable ante los accionistas, empleados, clientes, el público en general y, quizás lo más importante, la empresa misma como institución”. En otras palabras, los gerentes sí deberían gobernar la corporación para beneficiar a los accionistas, pero no solo a los accionistas sino también a otros grupos impactados por su actividad, más o menos como era en sus orígenes.

Pero en la década de 1970, Milton Friedman y sus economistas de la Escuela de Chicago desarrollaron ideas de ultra libre mercado basadas en la desregulación y la privatización que se remontaban al capitalismo salvaje del siglo 19, de ahí el término “neoliberalismo”. Siguiendo estos principios, banqueros y corporaciones llevaron al poder a Margaret Thatcher en el Reino Unido y a Ronald Reagan en los Estados Unidos. En 1982, Reagan puso al frente de la SEC a John Shad, quien logró que los republicanos le aprobaran la infame regla 10b-18, que suavizó las restricciones a las empresas para recomprar sus propias acciones. Recordemos que Shad fue ejecutivo de E.F. Hutton, una firma comisionista de bolsa que se benefició directamente de los cambios realizados por Shad: un gigantesco conflicto de intereses ante el cual se hicieron los de la vista gorda.

También por esa época, los graduados de los MBA empezaron a preferir trabajar en Wall Street que en la industria, porque les pareció que así podrían ganar dinero más rápido. Las universidades entonces se adaptaron a esta tendencia y contrataron cada vez más profesores especializados en el mercado bursátil. Entre ellos, la escuela de negocios de Harvard contrató en 1985 al economista Michael Jansen, coautor de un artículo llamado Teoría de la Firma, en el que argumenta que el único objetivo de una compañía debería ser maximizar el retorno a sus inversionistas. Debido a cambios en las condiciones de la economía y gracias a la posición de Jansen en tan prestigiosa institución, paulatinamente se popularizó esta forma de pensar entre los académicos y los egresados de las escuelas de negocios, siendo solo cuestión de tiempo que se volviera también el estándar para administrar los recursos de las corporaciones.

Todo esto se ha visto reflejado en cuánto ganan los CEOs. En 1965, la mayoría de los CEOs ganaba entre 15 y 20 veces el sueldo del promedio de sus empleados. Para 1982, la proporción era de 50 veces, para 1989, la proporción era de 61 veces, en 2020, era de 220 veces, y ahora es de hasta 399 veces. Por eso no nos debe extrañar que estemos como estamos, es que dadas estas condiciones no podía ocurrir de otra forma.

Pero también hay que reconocer que es muy ingenuo esperar que llegue un CEO que diga “cambiemos nuestras políticas porque están dañando el medio ambiente” o “compartamos nuestra prosperidad con los empleados”. Lo más probable es que la junta de accionistas se ría en su cara y lo cambie por otro CEO que sí respalde sus intereses. En ese sentido, una corporación se parece a una inteligencia artificial, porque en sí no tiene conciencia, no es buena ni mala, solamente busca amoralmente cumplir con los objetivos con los que la programaron.

Conclusión

En conclusión, la carrera por crear inteligencias artificiales cada vez más poderosas no necesariamente viene de un afán por resolver problemas del mundo real. Por el contrario, el afán viene de los inversionistas, que necesitan constantemente estar aumentando el valor de las acciones de empresas, sobre las que tienen mucho poder. Esto es especialmente notorio para los capitalistas de riesgo de Silicon Valley que invierten en empresas tecnológicas, sobre todo las que tienen un fuerte componente de inteligencia artificial. Pero mientras quienes dirigen estas empresas tengan fuertes incentivos para manipular en el corto plazo el valor de las acciones, es poco probable que consideren los riesgos y adopten un enfoque más prudente.

La buena noticia es que esto no siempre fue así, lo que significa que se puede cambiar. Así como Reagan suavizó las restricciones a las corporaciones, nuevos gobiernos las pueden volver a poner, como lo hizo Roosevelt. Estas y otras posibles soluciones las analizaremos en la tercera entrega de esta serie. 

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