Por: Carolina Osorio
Publicado: mayo 23, 2011

Yo siempre me he considerado una mujer progresista, de vanguardia, con los pies bien plantados sobre la tierra sobre qué quiero y cómo voy a conseguirlo, pero lastimosamente, crecí en un hogar altamente influenciado por mujeres, y fui criada bajo el estamento que debía ser ‘una niña buena’.

Hace poco leyéndome un libro de Ana von Reuber me di cuenta de la triste realidad que conlleva ser una niña buena. Las niñas buenas son las que se visten ‘apropiadamente’, son serviciales y serviles, abnegadas, nunca dicen que no, se disculpan por cosas que no son su culpa – a uno lo golpean por error y es uno el que se disculpa – y tratan de complacer a todos, jamás pensando en ellas mismas. Las niñas buenas son las que viven por los demás, poniendo su vida en stop por sus padres, sus esposos, sus hijos.

Desde que uno es chiquita la preparan para ser una buena esposa y una buena esposa es la que tiene la comida caliente al esposo, aunque ha llegado 5 minutos antes y todavía está entaconada. La que luce divina así esté mamada de una jornada de trabajo de 10 horas. La misma que tranocha ayudando a uno de los niños a hacer una cartelera y lava la loza después. A la que una vez el esposo cumple 40 o 50 y le da la andropausia, es cambiada por un modelo más nuevo, más tonificado, y menos ‘bueno’.

Qué le puedo pedir yo a la vida, y a mí misma, si he sido programada por siglos de herencia familiar y de género a nunca luchar por lo que YO quiera, sino a esperar que por cosas del destino, mi ‘buen comportamiento’ sea recompensado con un buen esposo, con buenos niños, con un trabajo en el que me den permiso de salir si alguien se enferma. Esos son los sueños que le taladran a uno en los cuentos de hadas, en las charlas de mujeres, en el colegio de monjas: sea una niña buena (o una buena mujer) y verá cómo todo le sale bien.

Jamás nos enseñaron a tomar las riendas de nuestra vida, a soñar con ser presidentas o gerentes de multinacionales, y si uno llega a soñar con eso es juzgada y condenada por el grupo familiar y de amigos: ¿y con qué tiempo vas a cuidar a los niños?

Ser la niña buena ha demostrado que es muy aburrido y poco beneficioso. He descubierto que ser buena no me llevaba a ninguna parte, y tan sólo ayudaba a que el ciclo de ‘buena y obediente’ continuara.

La vieja mala, bruja, hijueputa es la jefe de un Banco, la que conoce toda Europa y toma vacaciones en Tailandia, a la que los hijos respetan y admiran, la que uno normalmente mira con cara de odio porque sabemos que sólo podemos soñar con llegar a ser como ella, porque romper la coraza que nos implantaron de niñas rosadas y dulces es complicado.

Ese es mi reto personal, no de éste sino de muchos años por venir: hacer oídos sordos a los que me dicen pero como has cambiado, antes eras más buena gente, e ir por lo que YO quiero, por todo ello con lo que YO sueño, sin plancharle la camisa a nadie más que a mí. Eso es lo que quiero de mi vida.