César Fabricio Torres es licenciado en Filosofía de la Universidad San Buenaventura de Bogotá.

Por: Daniel Alejandro Pérez

Una vez dentro del mundo filosófico, se empezó a interesar por la psicología. Este interés emergente lo llevó a cursar una segunda carrera, en esta ocasión ingresó a la Universidad del Valle (Cali-Colombia) donde obtuvo su título como psicólogo con énfasis en Psicología Clínica y Educativa. Años más tarde, realizó una especialización en Terapia de Familia junto a una maestría en Terapia de Familia y Pareja, en la Pontificia Universidad Javeriana de Cali. En cuanto a su experiencia laboral, ha sido coordinador académico y decano de la facultad de Psicología de la Universidad San Buenaventura de Cali. Actualmente ejerce como docente en el ámbito universitario y como psicoterapeuta privado, adicionalmente lleva más de cuatro años formándose en la Escuela Latinoamericana de Análisis Bioenergético y Técnicas Corporales.

Conversé con él sobre el rol que tiene la psicología en la actualidad, sobre inquietudes psicoanalíticas y, finalmente, sobre algunos paradigmas que encierra el amor y las relaciones personales.

En las universidades existe un determinado grupo de docentes conservadores que establecen como objetivo principal de su doctrina vincular al paciente nuevamente en el engranaje social, con el fin de que éste aporte un valor simbólico en su contexto más cercano; en pocas palabras, que produzca. ¿Está de acuerdo con ese objetivo? ¿Y qué papel debe cumplir la psicología clínica en la sociedad actual?

Así como los has planteado, por supuesto que no estoy de acuerdo con ese objetivo. Aunque hay que reconocer que el concepto de productividad es un elemento importante en la vida, asumirlo como un fin del proceso terapéutico sí me parece una desgracia, porque es hacer del ser humano y su singularidad un medio al servicio de un fin, distinto a la vida misma.

Todo el proceso educativo tiene como tarea ayudarle a cada ser humano a conocerse, a cultivarse, a abrirse, a transformarse en busca de su propia felicidad; en relación con otros, no de una manera individualista (ya conocemos la desgracia de un modelo individualista llevado a ultranza). Pero también, un modelo centrado en la adaptación a un modo social de vida –cualquiera que el sea– me parece que niega una pieza fundamental del proceso de hacerse y desarrollarse como ser humano.

El núcleo de la pregunta surge por la marginalización que padecen los “enfermos mentales” ¿Acaso ellos carecen de valor para el entramado social?

Me llegan imágenes de la película Tiempos Modernos esa critica maravillosa de Chaplin a justamente un modelo en el que, tanto el sistema productivo como el sistema formativo, se alinean para hacer de cada vida humana una pieza más en el engranaje productivo. Los sistemas productivos son medios al servicio del desarrollo de la vida en el planeta, de la vida de cada ser humano y de la vida social en su conjunto. Aún así, un ser humano que asume su vida como un camino de desarrollo, sin duda tendrá que incluir la dimensión relacional, social y productiva como parte de su modelo de vida, ¡pero como parte!, no como el fin último de su existencia.

Escena de la fábrica de “Tiempos Modernos” de Charles Chaplin:

¿Es posible para un ser humano llevar a cabo un proceso profundo y exhaustivo de autoconocimiento y trasformación personal, únicamente a partir de textos, audios y vídeos psicológicos o ejercicios de introspección, sin que sea necesaria la presencia de un otro?

No creo que sea posible. No obstante, creo que es mucho lo que cada quien puede a hacer por cuenta propia. Pero a partir de mi experiencia como paciente (no como psicoterapeuta) ha habido momentos en mi proceso terapéutico –en el que todavía sigo– que me ocurre una cosa muy chistosa, y es que, prácticamente se me olvida qué fue lo que trabaje en la anterior sesión. Todos mis mecanismos de defensa empiezan a activarse porque estoy llegando a núcleos emocionales, cognitivos, experienciales muy complejos y muy dolorosos. Entonces mi sistema de protección emocional se activa y dice: “allí no nos volvamos a meter, no toquemos eso”.

Me recuerdo a mí mismo diciéndole a mi terapeuta: ¡no tengo idea de qué es lo que vengo trabajando! (sabiendo que, he venido trabajando cosas muy profundas y muy intensas emocionalmente) Y la respuesta de ella fue: “para eso estoy yo”.

 Con la ayuda de un otro podemos averiguar cómo nosotros mismos nos estamos auto saboteando en ciertos aspectos del proceso. Es decir, el otro esta allí no para llevarme a donde él o ella crea que yo tengo que ir; el otro esta allí para ayudarme a que yo pueda llevar a cabo mi propia tarea. Voy a citar a Pablo Freire, el pedagogo brasileño de la Pedagogía de la Liberación y de la Esperanza, con el fin de ilustrar lo anterior. “Nadie se educa sólo, nadie educa a nadie. Los seres humanos se educan entre sí, mediatizados por el mundo”.

Esa reflexión que acaba de exponer me lleva a pensar en la idea del inconsciente… Si existe el inconsciente, es decir, una fuerza subterránea que actúa a través del sujeto y que, por ende, está fuera de su control consciente. Situándonos en el ámbito puramente psicoanalítico ¿Hasta qué punto el sujeto es responsable de los actos que realiza de forma inconsciente? ¿El sujeto puedo controlar sus deseos inconscientes?

Esa es una zona muy complicada de análisis… De hecho, existe el concepto de inimputables; hay personas que en una determinada circunstancia pierden por completo la capacidad de control consciente sobre su conducta. En estas ocasiones, lo que padece el sujeto son trastornos mayores, en el ámbito de lo psicológico y de la psiquiatría. Pero en el ámbito de la vida cotidiana, diría que los seres humanos navegamos sobre un océano inmenso. Y que hay mucho, pero mucho, que nos desborda y que nos supera. Sin embargo, eso no niega que haya un margen de responsabilidad con base en la consciencia sobre el rumbo que toman nuestras pulsiones.

El Yo de todas maneras, debe hacerse cargo de su propia vida, aunque no tenga un control total, ni perfecto, ni mucho menos un control sobre lo que soy, cómo soy y lo que siento. Además, no solamente nos determina el inconsciente que habita en nuestro interior, sino que también existen un montón de factores externos de orden social, político, económico, cultural, histórico que inciden y nos definen.

En ese contexto, yo utilizaría la misma respuesta que utilizó Sartre en su debate famoso con algunos intelectuales de izquierda de la época frente al concepto de libertad. Sartre afirma que hay una característica humana inalienable, que es la libertad. Entonces los intelectuales le refutan: “¿de qué libertad estás hablando?, si los seres humanos estamos sobre determinados por los factores históricos, económicos, sociales, culturales, políticos, etc. ¡Todo el tiempo hacen con nosotros!”. Y la respuesta de Sartre fue la siguiente: “Lo que importa no es solo lo que han hecho con nosotros sino, sobre todo, lo que nosotros hagamos con lo que han hecho con nosotros”. Es decir, yo no quiero ni puedo renunciar a la responsabilidad –así sea un margen muy pequeño– sobre mi propia vida. Porque de esa manera no soy ni siquiera sujeto.

Ahora, yo creo que habría que sumarle el siguiente punto a la reflexión que propuso Sartre, muy en la línea de los aportes de Jean Piaget. “La libertad al igual que la consciencia. Es un proceso que se va ganando en la medida en que se construye y se ejercita”. Esto quiere decir que la libertad no es un punto de partida, es un punto de llegada. Pero cuanto más se vaya ejercitando la consciencia y el ejercicio de mi libertad, mayor va a ser el margen de maniobra en relación con quién soy yo y cómo me relaciono con el mundo.

Teniendo en cuenta lo anterior, me pregunto si hay una la relación entre el psicoanálisis y la subversión. Gracias al paro nacional y a la coyuntura política y sanitaria que estamos viviendo, tiendo a pensar que, al cuestionar los roles, la cultura, el status quo, etc., buscando un deseo más genuino en el sujeto, se van desarticulando estructuras impuestas… entonces ¿El psicoanálisis es una herramienta de emancipación política? ¿El deseo es subversivo?

No quiero hablar desde una posición puramente psicoanalítica, me gustaría hablar desde una postura que se pregunta por lo psicológico y por lo social. Muchas personas hacemos una lectura de lo que está pasando en Colombia, en Cali en particular. Lo que sigue aconteciendo a la ciudad es la expresión de la sombra (utilizando un concepto Junguiano) de la sociedad caleña, vallecaucana y colombiana. La inequidad, la exclusión, la descalificación; por razones de raza, nivel económico, nivel educativo, género, orientación sexual, etc. Esas exclusiones y esas negaciones van apartando ciertos aspectos de lo que somos, para poder darle lugar, sobre todo, a otros aspectos. Pero inevitablemente lo que a sido excluido y silenciado tenderá a retornar, tenderá a buscar su expresión en algún momento a través de alguna fisura.

Todos sabemos que Colombia es unos de lo países más inequitativos del planeta, y por lo tanto uno de los países más violentos del mundo, aunque no están necesariamente relacionados, porque hay países con mucha inequidad que no tienen los niveles de violencia nuestros. Entonces, toda esta realidad de negaciones, de opresiones y de deslegitimaciones, inevitablemente buscará formas de expresión que obligue al sistema como totalidad a replantearse y reorganizarse para que un nuevo nivel de equilibrio más saludable, más incluyente y más adecuando sea posible. Por eso es tan importante que el proceso potencie canales de diálogo, de reconocimiento y mecanismos de construcción de nuevas opciones.

En terminología psicopatológica uno podría decir que, hemos presenciado y vivido la expresión del síntoma. Ahora la pregunta es, ¿qué vamos a hacer con ese síntoma? Si nos instalamos en el mero síntoma, nos vamos para la patología social desbordada. Si nos intentamos instalar en una posición puramente represiva y negadora de esa diferencia, de ese malestar y de ese descontento, lo que estaríamos haciendo es simplemente aplazar con intereses de mora lo que no resolvamos hoy. De lo que se trata es de ser capaces de sensibilizarse con el síntoma, escucharlo, dialogar entre las partes, para entender qué es lo que está pendiente, qué es lo que no nos hemos permitido reconocer y que ahora ya no admite más ser silenciado. Sí somos capaces de hacerlo, lo que va a pasar es lo que le pasa a una persona cuando aborda de una manera clínica y adecuada su síntoma: el síntoma se volverá un catalizador de su propio proceso de integración personal, de trasformación y de crecimiento personal. Trasladándolo a un nivel macro; si somos capaces de hacer lo mismo como sociedad, todo este estallido puede convertirse en un factor de crecimiento y de trasformación social.

Voy a poner un ejemplo con el tema del derrumbamiento de la estatua de Belalcázar, con el que el pueblo Misak dió inicio al paro en Cali. El pueblo Misak y todos los pueblos nativos americanos tienen razón en sentirse indignados ante las imágenes entronizadas de los conquistadores que fueron sus asesinos. Eso es indignante. Pero ¿la solución es derrumbar todas las estatuas de los conquistadores? No creo que lleguemos muy lejos por esa vía.

Pero me parece que es un acto simbólico que revindica a las comunidades ancestrales…

¡Claro! Esa es la voz del síntoma. Pero todavía no tenemos la solución. Tenemos la voz de los que históricamente han sido silenciados, diezmados, explotados, etc. La historia del desarrollo de las civilizaciones en el planeta ha estado construida sobre la base de la violencia. Entonces, ¿cuál sería una solución que corte el problema de raíz? Derrumbar las imágenes de nuestros opresores para que surjan nuevos opresores o nos abrimos a un proceso mucho más exigente y duro… el cual es dialogar en conjunto y responder las siguientes preguntas: ¿Quiénes somos hoy?, ¿Cuál es la mixtura que nos constituye?, ¿Qué de ese proceso de conquista y colonización podríamos reconocer como valioso/útil?, en dialogo con los saberes ancestrales, en dialogo con la opresión infame del pueblo africano que vino a América. Y por último ¿Cuáles son las nuevas construcciones posibles?

A mí no me gusta la palabra subversión, porque significa que lo que estaba a bajo pase para arriba… o sea, ¿más de lo mismo? O más bien de lo que se trata es de ser capaces de construir nuevas posibilidades a partir de un dialogo difícil y arduo entre las diferencias.

En conclusión, volver a montar la estatua de Sebastián de Belalcázar me parece absolutamente estúpido. Por otro lado, derribarla y no hacer nada con eso, me parece algo totalmente inútil. Creo que la solución más adecuada sería dialogar para construir entre todos un nuevo concepto, y con la ayuda del arte darle forma a ese concepto, con el fin de crear una nueva escultura que represente lo que una vez José Vasconcelos llamó la Raza Cósmica, que es el crisol de conjunción de TODA  esta diferencia.

Actualmente estamos transitando una etapa de incertidumbre laboral, educativa y sanitaria a escala nacional, por varios factores; los dos principales son: la pandemia mundial causada por el COVID-19 y la deplorable gestión política del Gobierno de Iván Duque. Estas incertidumbres pueden llegar a transformarse en trastornos de ansiedad. En el presente año, los índices de ansiedad sufrieron un aumento alarmante en Colombia. ¿La crisis social, económica y sanitaria que padece el país son las verdaderas causas del incremento de los niveles de ansiedad o existen otras? ¿Y qué debe incluir una terapia psicológica para tratar  esta enfermedad?

Efectivamente, la situación que hemos vivido ha disparado los niveles de ansiedad de una manera drástica. Tanto la pandemia como el conflicto social que se disparó en Colombia, constituyen una experiencia de ansiedad colectiva. Porque algunos de los rasgos fundamentales de la ansiedad son justamente la incertidumbre, el miedo, la sensación de que los referentes con los que el sujeto estaba manejando y controlando tu vida están resultando insuficientes o inadecuados o ineficaces.

Pero esa es una situación que únicamente no se explica por los acontecimientos sociales o de salud a nivel planetario. Para que se dé una situación de incremento de esos niveles de ansiedad, es necesario que haya una disociación significativa entre como pienso y manejo mi vida desde la razón y toda la otra dimensión emocional y corporal sintiente de la experiencia humana.

Cuando la razón se aleja del cuerpo y no hay la posibilidad de que fluya lo que siento, lo que experimento a nivel afectivo y lo que pienso, de una manera articulada, dialógica e integrada, es muy probable que el sujeto experimente un trastorno de ansiedad. Por otro lado, cuando hay una diferencia importante entre el nivel de carga emocional y el nivel de descarga a través de la acción, del pensamiento o de la expresión, también es muy probable que se desarrolle un trastorno de ansiedad.

Una buena propuesta de intervención sobre los trastornos de ansiedad debe incluir la reconstrucción del vinculo fluido, entre lo que pienso y entre lo que siento. En otras palabras, tengo que volver a ser amigo de mis emociones y de mi cuerpo, ya que este último es la vida en mí.

Un ejemplo: sí experimento mucha rabia (ira) frente a una emoción determinada y no soy capaz de reconocer que estoy experimentando una rabia muy grande, y me desconecto de eso, para subirme a la cabeza y tratar de manejarlo de una manera puramente lógica, es muy probable que en algún momento eso me pase factura de cobro en forma de algún tipo de trastorno de ansiedad.

Ahora pasemos a hablar sobre el amor, aprovechando que usted también se especializa en temas de pareja. Se tiende a pensar que el amor es un acontecimiento que llega nuestras vidas de forma aleatoria y sorpresiva. Que amar no se aprende ni se enseña, más bien es una sensación que fluye de manera subjetiva y se expresa desde el inconsciente. ¿Es esto cierto?

Sin duda alguna hay una dimensión de la experiencia del amor que escapa a cualquier cálculo. Yo diría que el amor es la expresión de la vida moviéndose en nosotros. Nadie escoge el día ni el lugar para enamorarse. Pero allí lo que tenemos son los insumos, el movimiento vital, lo dionisíaco. Por eso es necesario coger toda esa potencia y esa vitalidad y hacer algo que valga la pena, para que desde mi perspectiva estemos hablando propiamente del amor (si lo miramos desde el contexto del amor de pareja).

Cuanto más un ser humano viva en apertura real a su propia experiencia –tanto racional como sensible– y sea capaz de hacerse cargo de eso que siente, de eso que desea, de eso que anhela, de la manera como la otra persona te toca, se van dando las condiciones para construir una experiencia de pareja que valga la pena. ¿Y cuándo vale la pena? Cuando la relación es una fuente de placer, alegría, apoyo y crecimiento. Además, deben otorgarle un lugar al conflicto, a la diferencia, a el malestar, a el enojo, etc. Por eso digo que el amor es mucho más que todo ese borbotón de sentimientos maravillosos, a veces desbordantes, que acontecen cuando nos enamoramos.

Erich Fromm establece que la cualidad de concentrarse por un objeto o por otro individuo o simplemente por una acción es indispensable para definir el amor, porque cuando el sujeto está concentrando las cosas importantes, como las insignificantes, toman una nueva dimensión en la realidad, ya que están llenas de la propia atención. En otras palabras, estar 100% presentes permite generar vínculos auténticos, y éstos, a su vez, son piezas claves para amar. ¿Qué piensa sobre esta premisa?

Esa premisa me parece maravillosa. Estar realmente presente en una relación con todo lo que somos, sabiendo que estamos llenos de luces y de sombras, no es fácil. Pero si no logramos estar genuina y completamente presentes la calidad del amor disminuye.

Como cierre, me gustaría que en pocas palabras explicaras la relación entre amor y guerra. Dado que a través de la correlación de dichos conceptos podemos vislumbrar una luz al final del túnel, y así salir de este túnel sombrío y apocalíptico en el cual nos encontramos hoy por hoy en Colombia.

Citaré a Jean de La Fontaine. Él resume muy bien mi pensamiento frente a tu pregunta: “Nadie tiene dominio sobre el amor, pero el amor domina todas las cosas, incluso la guerra”.