Cada vez se está volviendo más y más común el escuchar en la radio o en la televisión que robaron a alguien con escopolamina o drogas afines. Sin embargo, nadie habla de lo verdaderamente importante, y es que los ladrones primero se centran en ganar la confianza de sus víctimas, y muchas veces golpean en el autoestima o el ego de las personas.

Por: Editorial El Clavo.

Cada vez se está volviendo más y más común el escuchar en la radio o en la televisión que robaron a alguien con escopolamina o drogas afines. Sin embargo, nadie habla de lo verdaderamente importante, y es que los ladrones primero se centran en ganar la confianza de sus víctimas, y muchas veces golpean en el autoestima o el ego de las personas.

Entre sonrisa y sonrisa se van acercando las miradas coquetas y el autoestima empieza a sentirse más realizado. Las víctimas se sienten apuestas y ‘caen’ a los pies de los ladrones. Uno de los dos toma la iniciativa, por lo general el victimario, y se comienzan a abrir a la mente del otro. Aquí es donde empieza el fin. Aquí caerá lastimada, y robada, la víctima.

Empiezan a bailar y a sonrojarse mutuamente; el victimario conoce las víctimas, ya tiene un modus operandi, por lo que sabe seguir el juego, mientras que la persona suele estar perdida entre pensamientos como “¿qué le gustará de mí? ¿En qué se habrá fijado?”.

Aquí es donde el victimario se mete en las mentes de las personas a las que caza, y es donde, con palabras y caricias temerosas, empieza a comprometer más la relación fugaz de ambos. Da el primer paso para poder acercarse al corazón, antes acorazado y con vigilia, de la persona que poca autoestima o ego tenía.

Aquí, cuando la conversación, el baile o las caricias pasan a otro nivel, es cuando el raptor saca de sus bolsillos el maldito químico. Ese polvito que piensa echar en la bebida que está ingiriendo su víctima.

Todo pasa fugaz, cual estrella en el firmamento, cual canción cuando se está enamorado. Abre la bolsita y, en un abrir y cerrar de ojos, en un despiste de la víctima, el victimario gira la bolsa sobre la bebida y todo pasa a un segundo plano. Ya hizo lo más difícil, ahora sólo le queda esperar.

¿Y sus amigos?

Muchas veces los acompañantes de la víctima se sienten felices porque esa persona está coqueteando con alguien más, le aplauden y le dicen que está en un nivel alto, sin saber que esa puede llegar a ser la última noche de esa persona, o por lo menos sí la última noche de la estabilidad económica que cargaba.

Entre otros bailes y otros tragos, el químico hace efecto, y sale del bar o la discoteca con su victimario, creyendo que está ebrio, pero en realidad tan sumiso como un perrito amaestrado a quien le dan su croqueta cuando hace algún truco.

Se montan a un taxi, a veces cómplice de la hazaña del victimario, y se van a un lugar que se desea, ya sea la casa de la víctima para hurtar sus pertenencias, o a un motel de mala muerte en el que pueden despojar de sus objetos a la víctima. Hay otros victimarios que sí son más crueles, y suelen robar todo lo que carga la persona y lo dejan en medio de la nada, en una calle desolada, drogado y casi moribundo por altas dosis de químicos en su sistema.

Así es que comienza todo, así termina también. Los ladrones se centran en llegar a la confianza de las víctimas, les hacen sentir especiales a quienes nunca se sienten así, y su momento de gloria, de ego y buena autoestima acaba luego de estar inconscientes en un hospital, mientras están evacuando del cuerpo todos los químicos que le brindaron a la víctima.