De un mar de recuerdos sobresale uno: Estoy con mi madre en el colegio, en la celebraciónde un día de la familia.  Las actividades del día comenzaban con una eucaristía.  En la iglesia solo hay estudiantes de mi curso con sus familiares, así que está casi vacía.

Estoy pendiente de cuando debo ponerme de pie, cuando sentarme, qué responder, echarme la bendición, etc.  Una corriente de aire frío, como un presagio de que algo va a pasar, me golpea la nuca.  Siempre dejaban abiertas las puertas, grandes y corredizas, que iban del piso al techo.

Todo transcurre de forma normal:bendiciones, los salmos, las lecturas de la biblia, etc. hasta el momento del sermón del cura. Este dejó el atril, se ubicó al frente y mientras hablaba comenzó a pasearse de un lado al otro, gesticulando con sus manos para hacerle énfasis a ciertas palabras.

No recuerdo qué nos decía. Yo, imagino,estaba inmerso en cualquier juego mental, y lo único que quería era que la misa se terminara para irme a jugar con mis amigos.

De pronto un murmullo de voces se elevó por encima de la voz del cura y las personas,agitadas y con expresiones de angustia, comenzaron a mirarse unas a otras.  Algunas hablaban en voz baja, por respeto al sacerdote, que seguía con su sermón como si nada.

No entendía qué pasaba. Miré a mi mamá y me di cuenta de que también estaba nerviosa. Luego, cuando miré hacia el frente, comenzó el terror.

Una figura gigante que colgaba del techo, deun cristo crucificado, se bamboleaba de un lado al otro.

“Por favor cálmense y salgan de la iglesia”, dijo el padre, pero todos estábamos indecisos de qué hacer.  Mi madre me agarró fuerte de la mano. 

Fue ahí, mientras rezaba para que la figura dejara de zangolotearse de un lado al otro,que ocurrió todo.  

Una mujer, que estaba sentada en una de las filas de atrás gritó: ¡SEÑOR, TENEMOS LAS MALETAS LISTAS, LLÉVANOS!

¿Maletas?  ¿ir a dónde?, me pregunté y volteé a mirar hacia atrás.  Los gritos venían de Estela, la mama de un compañero, una mujer muy devota. 

Ahí sí que me asusté y pensé que en cualquier momento la tierra se iba a abrir y nos iba a tragar a todos. Solo esperaba que el señor no le hiciera caso al llamado de Estela, pues todos íbamos a morir sin tener las maletas listas, signifique lo que eso signifique. 

Ella estaba arrodillada, con los brazos en V levantados hacia el cielo y no paraba de implorarle al señor para que nos llevara.  Yo solo quería que dejara de temblar, que Estela dejara de gritar y no quería ir a ningún lado, y menos sin tener las maletas listas, además ¿qué maletas se va a llevar uno a la muerte?

Otros padres de familia se acercaron a ella y le pidieron que por favor dejara de gritar como loca, pues estaba asustando a las personas.  Cuando la tierra dejó de moverse, ella se calló, se puso de pie y, como si no hubiera pasado nada, se sacudió el polvo de sus rodillas.