Sobre preguntas y otros temas.

Por: Juan Manuel Rodríguez 

-¡Mira a Laura!

-¿Cuál Laura?

-Laura Palacios.

Está sentada en la terraza de un restaurante y, aunque parece estar tranquila, por dentro es una tormenta de emociones.             

Acaba de salir de la última entrevista del trabajo de sus sueños, uno por el que dejó a su pareja y se mudó de ciudad.

Hoy le decían si era la elegida para ocupar el cargo o si game over, insert coin to continue; ya saben, el flujo de la vida, la mía, la tuya, la de todos: perder, ganar; acertar o fallar.

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-¿Y qué paso?

Lo segundo. Gracias por participar, sigue intentándolo en otro lugar, otro espacio, otra vida.

Ahora, sentada y tomando un vaso de vodka con jugo de naranja en la terraza de Cinco pa’ las 12, su restaurante favorito, Laura cree que ha sacado importantes conclusiones.

¿Cómo lo sé? Soy ese narrador que está en capacidad de meterse en la cabeza de las personas, así que mucho cuidado con lo que pienses.

Ahí sentada, haciendo gestos con cada sorbo que le da a la bebida, concluyó que las certezas son las que estancan a las personas, pues las dudas e inquietudes son lo único que las sacude y despierta.

De ahí que la muerte, el mayor interrogante de todos, la pregunta sin respuesta por excelencia, sea el principal motor de vida de las personas.

Todos, consciente o inconscientemente, queremos alcanzar nuestros objetivos antes de que nos visite.

Cada quien mirará qué metas de vida se pone, es decir, cada quién verá qué libro escribe, qué hijo tiene o qué árbol planta.

Laura le da otro sorbo a su bebida y se echa hacia atrás un mechón de pelo que le acaba de caer en la cara. Es justo ahí cuando le llega otra idea:

No debemos huir de las preguntas por más desafiantes que sean, sino más bien aferrarnos a ellas como tabla de salvación, pues son las únicas que nos permiten nuevos descubrimientos.

Cree que el deber de todos es tratarlas con compasión, como si fueran un anciano sabio que tiene algo por enseñarnos.

Concluye que afanarse no tiene sentido, porque al final una respuesta siempre aparece. Un ciclo sin fin, pues después de cada una llegan nuevas preguntas.

-¿Y ahora qué va a hacer sin trabajo, sin pareja, sin territorio firme dónde pisar?

Laura también se cuestiona lo mismo y la respuesta que encuentra es: “Nada”.

Por el momento, piensa terminar el trago que toma y darle la bienvenida a la siguiente pregunta.

“Un día a la vez mijita”, le solía decir su abuela Jacinta mientras le acariciaba el pelo y la peinaba.

“Un segundo a la vez”, prefiere pensar ella.

Un vendedor ambulante que pasa por la acera le ofrece sus productos.

“No, gracias”, le responde Laura al tiempo que sonríe.

Levanta la mano para llamar al mesero y luego le da el último sorbo a su bebida.

Un segundo a la vez, Laura, un segundo a la vez”, murmulla.   

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