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Ahí está el matemático, con un cigarrillo en una mano y un lápiz en la otra, inclinado sobre su mesa de trabajo.

Hace cálculos, a eso ha dedicado su vida.

Su profesión, más allá de dar cifras precisas, le ayuda a poner orden al caos que lleva por dentro.

Prefiere encontrar errores, pues cree que son más reveladores que las respuestas correctas.

Escribe dos cifras, hace un cálculo con ellas y le da una calada al cigarrillo. Luego se reclina hacia atrás y bota el humo.

Un pensamiento lo distrae.

“No hay vidas perfectas. Todos llevamos heridas, errores, producto de tornillos sueltos en la cabeza, que ponen a temblar nuestro equilibrio emocional. Los engranajes de la mente, por más cuerdos que seamos, en cualquier momento fallan”.

De los parlantes de su equipo de sonido sale música reggae, con la que siempre trabaja.

Ahora suena Three little birds.

Siempre le ha gustado esa canción de Bob Marley.  

Don’t worry about a thing,

‘Cause every little thing

Gonna be allright.

Acude a ese estribillo, como si fuera un mantra, cada vez que siente que la angustia lo embiste.

Sabe que suele agrandar sus problemas y que lo único que no puede solucionar es la muerte, ese territorio del que nada sabe, más allá de que pisa el acelerador de su existencia.

Supone que, en muchas ocasiones, la angustia tiene que ver con las ínfulas de importancia que nos damos por lo que sea: belleza, estatus social, títulos, etc.

“¿Cómo afirmar que somos superiores a una mota de polvo?”, se pregunta.

Curie,  su gata, roza sus piernas y ronronea. Eso lo trae de vuelta a la realidad y mira los números que anotó hace un momento en la hoja.

13.770.000.000

73

0,0000000053013798112…


El primero es la edad del universo en años.

El segundo, la media mundial del promedio de vida de un ser humano.

El tercero, el resultado de dividir el segundo por el primero.

Así que eso somos, piensa, un parpadeo, un segundo en la existencia, casi un cero a la izquierda.

Por eso no se puede pensar que tenemos tiempo.  Si hay que hacer algo: declararse por amor, invertir en un negocio, pintar un cuadro, hacer un postre, leer un libro, tomarse un café viendo pasar gente, decir te quiero, tiene que ser ya; no hay tiempo para planes. 

Somos, como dice Rosa Montero, pequeñas criaturas atrapadas en nuestro pequeño tiempo.

Encierra en un circulo el resultado que obtuvo y le pone un signo de interrogación.

Sabe que un problema no termina luego de haber encontrado una respuesta.