La industria textil representa un importante y productivo sector económico que soporta parte del desarrollo adquisitivo en distintos países del mundo, principalmente en los Estados Unidos y la Eurozona. Pero al mismo tiempo condena al subdesarrollo ambiental a países que confeccionan, a causa del agotamiento de fuentes hídricas. Un dato relevante lo aporta la Fundación Ellen MacArthur, indicando que un 20% de las aguas residuales del mundo provienen del teñido y el tratamiento de textiles. Una amenaza inminente para los ecosistemas y seres vivos.

Por lo tanto, vivir a la moda o bajo la influencia de tendencias como diseños, colores, formas, prendas, en fin…Ha generado una desmedida productividad con relación a la demanda, la cual se convierte en causal de contaminación y posicionando el sector textil con un 8% del total de emisiones de GEI.

Ante el creciente problema, las campañas de concientización se agudizan cada vez más, bajo un enfoque de reutilizar o darles un uso prolongado a las prendas pretendiendo así frenar el consumismo. A estas mismas dinámicas se han sumado las tiendas de importantes marcas, liderando campañas de reciclaje en la que brindan al consumidor descuentos por llevar una prenda usada para ser canjeada e utilizada como bono descuento.

La utopía muere ahí. Según las investigaciones de la televisión alemana Deutsche Welle, las prendas recolectadas de segunda mano no son reutilizadas o confeccionadas nuevamente como todos suponemos, por el contrario, van a parar a barrios marginales con una precariedad visible en Bulgaria, lugar en el que se queman las prendas a modo de calefacción.

Aterrizando el tema, es de suponer que ese mismo ciclo de vida útil versus desecho suceden en Colombia, por supuesto ajustando la proporcionalidad del mercado. La teoría que reafirma la hipótesis se rige a las estadísticas presentadas en el 2020 por el Banco Mundial; el 87% de las fibras que se usan para confeccionar la ropa se incinera o va directo a un vertedero. Y el 60% se desecha antes de que se cumpla un año desde su fabricación.

 Ahora bien, lo que pretendo con esta publicación es promover la conciencia ambiental de cara a las compras de fin de año. Con base en informaciones de la ONU hacer un jean requiere 7.500 litros de agua, lo que saciaría la sed de una persona durante siete años. Además, en todo el proceso (desde producir el algodón hasta transportarlo a la tienda) se emiten 33,4 kilogramos de carbono equivalente.

Un proyecto ejecutado en Alemania y dirigido al uso prolongado de las prendas, ha abierto un modelo económico cobijado por el trueque, es decir que por llevar tres prendas te llevas una, un sistema denominado “Moda Vintage”, puesto que no son elementos actuales transformados en objetos del pasado, sino que son auténticas piezas conservadas en buen estado que aún perduran en el presente.

Por último, reitero que se debe cavilar y ajustar las costumbres en pro del bienestar ambiental. Demostrando un pleno entendimiento de los retos que la naturaleza nos plantea con el ánimo de resarcir el daño, además, esperar que en el 2050 la definición primavera verano no solo sea tendencia de moda en una pasarela de París a causa del cambio climático.