Por: Alejandro Gil Torres.

Después de un año de que el Covid-19 fuera declarado una pandemia mundial y trajera consigo a millones de afectados, no he logrado entender cómo sigue existiendo la indiferencia y el egoísmo entre algunos colombianos. Al día de escribir esta columna, Colombia reporta más de 2.900.000 casos de este virus y 75.164 fallecimientos. Este último es un reflejo claro de la condición crítica en la que se encuentra el sector salud en el país. Unidades de Cuidados Intensivos al borde del colapso, una demanda desproporcionada de oxígeno y un Plan Nacional de Vacunación que se tardó demasiado en aplicarse en el territorio nacional, que a pesar de las más de 5.000.000 de dosis aplicadas hasta principios de mayo, poco a poco se ha convertido en una intención contraproducente en pleno tercer pico de la pandemia donde cada vez las cifras de fallecimientos aumentan y desde mi consideración la denominada ‘inmunidad de rebaño’ no se ve tan cerca de lo pronosticado.

El anterior contexto me hace ver en un espejo retrovisor ese anhelo de muchas personas, incluyéndome, en aterrizar en la denominada ‘normalidad’, un espacio en el que el distanciamiento era el criterio menos requerido. Donde el uso del tapabocas y el alcohol sólo se empleaban en situaciones de riesgo en contra de la salud. Pero ¿por qué extrañamos “la normalidad”? si es la que literalmente estamos atravesando, el fin de la pandemia es totalmente incierto y la apertura gradual de diferentes sectores de la economía se ha logrado afortunadamente, siguiendo los protocolos de bioseguridad decretados. Lo preocupante es la testarudez, ignorancia, desobediencia y egoísmo de algunas personas por no acatar estas medidas.

Soy muy consciente de que adaptarnos a una ‘nueva vida’ no es sencillo, pero las cifras afirman algo más pertinente que estar pensando en dónde va a ser el plan de rumba el fin de semana. Eso quedó demostrado hace unos meses cuando asistí a una discoteca en el centro de Cali; los supuestos protocolos de bioseguridad brillaron por su ausencia, el aforo limitado fue una excusa para recibir a más asistentes y la preocupación por resultar contagiado eran inimaginables. Sólo los administradores de este establecimiento nocturno intervinieron al final de la rumba, porque funcionarios de la alcaldía realizaron un control y allí fue donde nos exigieron el correcto uso del tapabocas. Fue irresponsable, imprudente y doble moral por parte mía, de los asistentes y por supuesto, los administradores.

Aquella experiencia me permitió ver con una mirada más racional y sensata el riesgo que se corre cada vez que nos exponemos con personas que aún no comprenden la gravedad de esta contingencia y no implementan los correctos protocolos de bioseguridad. Les aseguro que todos ya estamos cansados de escuchar, ver y de insistir en que nos cuidemos. Pero el cuidado no es sólo individual, sino también colectivo, por la Colombia que tanto amamos y luchamos. Una Colombia donde prevalezca la obediencia, la cultura ciudadana y la responsabilidad por parte de los medios de comunicación al momento de informar sobre este hecho mediático y salud pública acompañado de la indispensable veracidad.

Reitero una frase que usé en un video que grabé al inicio de la cuarentena: ¿Cuándo llegará el día en el que en Colombia la obediencia prime ante los ideales apresurados?

Sobre los hechos ocurridos en los últimos días debido al paro nacional, se rescata la lucha incesante de muchos compatriotas por construir un mejor país a través de manifestaciones pacíficas. El supuesto retiro de la Reforma Tributaria y la renuncia del Ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla y su viceministro, son un avance muy alto ante las demás solicitudes que los diferentes gremios están requiriendo. Por otro lado, un fuerte rechazo por los muertos, heridos, saqueos y desmanes al bien público. Es demasiado doloroso ver a Cali literalmente ardiendo en medio de un objetivo claro: alzar la voz por mejores garantías que un gobierno nefasto no ha logrado asegurar. Todo mi sentido pésame a las familias que hoy despiden a sus jóvenes que perdieron su vida en medio de los bloqueos y manifestaciones. La justicia en el país debe encargarse de esclarecer estos hechos violentos y no quedar impunes. La Policía y el ESMAD no les conviene abusar de su poder, necesitamos seguridad, no más sangre derramada. Que el diálogo y la sensatez sean las herramientas más esenciales para llegar a acuerdos mejor consolidados para el bienestar de una nación.