Estoy de viaje. Debería estar caminando por las calles de la ciudad, descubriendo sus secretos y tomándome una cerveza helada en la terraza de un restaurante, pero no; estoy tumbado en la cama de mi habitación, porque desperté con dolor de cabeza y fiebre. Estoy y no estoy, si me permiten la contradicción.

Mi cabeza está tan caliente como el sol que hace afuera, y miles de ideas la asaltan. Quiero dejar la mente en blanco, para restarle importancia a mi estado y pretender que no ocurre nada.

Le saco ventaja al desorden en mi cabeza y me sumerjo en un mar de pensamientos y monólogos mentales, hasta que me pregunto: ¿Cómo se formarán en el cerebro las palabras, antes de salir disparadas por la boca? No lo sé, pero en la mía aparece una vocal: la e.

En mi estado de duermevela, alcanzo a distinguir ruido de voces en la calle, un radio a todo volumen, y el golpe seco de un objeto que se estampa contra el suelo, hasta que aparece clara, como un aviso con luces de neón, esa letra.

Su cabeza, o sus pies, como se quiera ver, se encuentran con las curvas de la sensual s, la letra que le sigue. Después viene una t, toda seria y erguida con su corbatín, que coge de la mano a una e y una r, y esa consonante vuelve a aparecer en la sílaba que cierra la palabra, que también lleva una o y otra r: estertor.

Algo de lo que si creo estar seguro, es que a veces el lenguaje es como un sonsonete, un ronroneo, un estertor que poco a poco va invadiendo la cabeza.

¿Por qué esa palabra y no otra? Quizá la asocié con el ruido cansado que produce el aparato del aire acondicionado, con alguno de mis pensamientos delirantes, o simplemente apareció porque sí, porque el lenguaje es caprichoso y se derrama por los pliegues del cerebro como le da la gana.

Me gusta esa palabra. Es dulce y de textura gelatinosa. Me agrada como transita por la boca, como la atraviesa con sus consonantes a modo de carrocería y sus vocales como adornos elegantes.

La saboreo, la pronuncio poniéndole el acento en diferentes sílabas, hasta que la dejo ir o me abandona, pues creo que las palabras nos habitan y se deshacen de nosotros a su antojo, mientras vamos por ahí pensando que somos los amos del lenguaje.

Los viejitos de la RAE, con sus barbas pobladas y túnicas largas que besan el piso, definen estertor como: “Respiración anhelosa, generalmente ronca o silbante, propia de la agonía y del coma”.

El lenguaje como enfermedad terminal.