La grosería está a la orden del día entre los manitos. Pero no es ofensiva, al contrario, es bastante divertida. Te invito a la clase 101 de mexicanismos para sobrevivir al barrio.

Por: Natalia Londoño

En México, “chingar la madre” es deporte nacional. Ya lo comenté: el 99% de los habitantes ha practicado el bullying silencioso con frases divertidas para hacer quedar en ridículo al prójimo, con un solo objetivo: fregar.

Es tan internacional la burla colectiva que, en el fútbol, en abril de 2023, la US Soccer planteó vetar al equipo masculino de la tricolor mexicana por el grito homofóbico de los fanáticos en los estadios. Todo comenzó en 2014, cuando en el Mundial, desde las tribunas aztecas, los aficionados subían sus brazos y agitaban las manos cuando el arquero del equipo rival se impulsaba para despejar, se escuchaba “eeeeeeehhhhhhhhh” y al contacto con el balón: “¡puuuuuutooooooo!”

No lo niego, es muy terapéutico echar un madrazo, así sea al viento. Y para los manitos, las groserías ya están incorporadas en su vida; tanto que ni siquiera el conductor del Metro la libra, porque si el sistema detiene la marcha, resuenan en la cabina los “Chingatumadre” en versión chiflido; el saludo “Qué onda, putín”, es muy usual entre amigos bien parceros (y no es visto como ofensa); o si a alguien no le gustó lo que dijo otro, un “culeeeeero” manifiesta su descontento. Y ni hablar de los juegos de palabras y los doble sentidos que tienen que llevar subtítulos para entenderlos.

En esta clase 101 de mexicanismos te hablaré de las dos vertientes del bullying: cabulear y alburear. Y quizá si esta clase es exitosa, haces un combo y obtienes tu insignia de chingaquedito. ¡Empecemos!

“Vamos a cotorrear al Juan”, es la explosión, es el big bang. Es la entrada a la puerta para empezar a chingar.

El “coto” o “cotorreo” es la recocha. Pero cuidado, porque no con todos se puede cotorrear. Hay a quienes no les gusta que los “lleven”, o sea, que los agarren de bate. Y aquí es donde hay que abrir los ojos, porque no falta el cábula, ese personaje que juega con las palabras y pone su sello de humor pícaro, con frases como: “ya veremos, dijo el ciego”, “qué transita por tus venas” o “¿qué haces? / Nada, dijo el pez”.

El albur es una forma de expresión que crea un sentido figurado de situaciones con frases relacionadas con las partes íntimas, por ejemplo: “Ahí viene Elsa / ¿Cuál Elsa? / El salchichón”. En Tepito está la reina del albur que recibe a sus clientes con sutileza: ¿qué talla buscabas, amiga? ¿Qué talla, joven? Dicen que el albur solo lo pueden hacer los hombres, pero eso es porque no han conocido a una mujer que se ponga los huevos donde otros no los tienen.

Imagínese entonces las metáforas que se escuchan en las plazas de mercados o entre amigos. Y el que domine el arte de chingar la madre siendo cábula y albureando con habilidad, se gana el título de chingaquedito, o sea del piquiña; el que nadie se aguanta porque se la pasa fregando todo el día.

El que cabulea y alburea, es como el que peca y reza: empata, porque entre más abstracta, creativa y pícara la creación, más éxito tendrá el chingaquedito.